De todas las nuevas plataformas que poco a poco se han ido instalando en los últimos años, Movistar destaca por su apuesta por el entretenimiento. Algo que el resto, tipo Netflix, apenas se atreven o apenas trabajan, porque saben que en ese terreno la televisión convencional es prácticamente invencible. Lo curioso del tema es que esos entretenimientos televisivos son apuestas que llevan ya mucho tiempo entre nosotros. Somos espectadores de costumbres fijas y preferimos ver los programas tradicionales. De ahí el revuelo formado con la eliminación de Pasapalabra: un montón de gente se ha quedado de golpe huérfana. Los pequeños entretenimientos que nos aporta la tele se convierten con el tiempo en nuestras manías personales. Unos apuestan cada día a que sus momentos de ocio sean unas hormigas de trapo y Pablo Motos: un tipo listo, por cierto, no solo capaz de llevar a Santiago Abascal a su programa si no de intuir que entrevistarle le daría la gloria de las audiencias. Pero a lo que iba es a que esta oferta que nos intenta sorprender a diario, en el fondo, es algo que se le ve venir de lejos porque llevan muchos años entre nosotros. Esta prioridad que los espectadores les damos a las cadenas nos delata. De alguna manera, cada temporada no hacemos más que repetirles que la toquen otra vez, Sam. Y así, este negocio de la televisión más que evolucionar, lo que hace es estar siempre mirándose el ombligo. Esto antes no pasaba. Si hubiera sido así programas como Un, dos, tres estarían eternamente entre nosotros. Pero había como una especie de vergüenza torera, antitaurina o lo que sea, que les hacía parar de vez en cuando sus inventos. Ahora no. Ahí siguen de manera ininterrumpida y algunos como Saber y Ganar, con la posibilidad de vivir más años que nosotros. Como espectadores, somos esclavos de nuestras manías y de eso se aprovechan a saco quienes manejan este negocio del entretenimiento en la tele.