uchos lo conocen por ser un habitual en el pabellón Anaitasuna. Por ser el encargado de pasar la mopa sobre la pista en los partidos de su querido Xota. Por ayudar al equipo de fútbol sala en todo lo que puede cuando juega en casa. Sin embargo, la fama de Luis Martil va más allá, en especial para los vecinos de Irurtzun, el pueblo donde vive este jienense de nacimiento. Allí es difícil encontrar a un niño o a un adolescente que no lo conozca, a adultos que no hayan oído hablar de él. Y es que durante cuatro décadas se ha dedicado a enseñar kárate a las distintas generaciones, a inculcarles el amor por el deporte, en concreto por esta disciplina, y a acompañarles además en su crecimiento.

Ahora, a sus 68 años, este jubilado de la extinta Inasa ha alcanzado un objetivo más en su carrera: lograr el sexto Dan de kárate, el cinturón rojo y blanco, que reconoce su amplia trayectoria dentro de las artes marciales, su labor como entrenador y como árbitro, además de su colaboración a nivel federativo. Un sueño del que están especialmente orgullosos sus dos hijos: Roberto, de 33 años, y Yolanda, de 38, quienes han encauzado su carrera deportiva hacia el fútbol sala y se han convertido, además, en los capitanes de los equipos masculino y femenino del Xota.

“Para mí, este sexto Dan es una satisfacción personal. Me hace pensar hasta dónde he llegado yo desde la nada”, asegura Luis Martil. El pasado 25 de julio realizaba el preceptivo examen para sumar el cinturón rojo y blanco, algo que también alcanzaron al mismo tiempo Juan José Sánchez Villares y Carlos Ayerdi. Por su edad, no fueron necesarias las pruebas físicas y el examen se limitó a contestar varias preguntas de forma oral. Finalmente, consiguió su objetivo. “Es un premio al trabajo que llevo haciendo durante muchos años. Un logro que agradezco también a la Federación Navarra de Kárate y a su presidente, Alfredo Irisarri”, explica.

Desde 1974

También profesor de sus hijos

El idilio de Luis Martil con el kárate comenzó en el año 1974. Sus hijos conocen bien la historia, pero aún así escuchan con atención a su padre cuando la cuenta. “Empecé en la calle Mayor, con el profesor José Saldaña, ya fallecido. Él fue mi primer instructor. Más tarde me acompañó Alfredo Irisarri, la persona que me ha preparado para todos los exámenes”, apunta.

Su aterrizaje en las artes marciales fue de casualidad, por “culpa” de un amigo suyo, Gaspar Fernández, quien le “engañó” para practicar esta disciplina. “Y hasta hoy”. Mano a mano con él, levantaron la Escuela de Kárate de Irurtzun, por la que han pasado cientos de niños y adolescentes del pueblo y de sus alrededores durante cuatro décadas. Cuando Luis se embarcó en la aventura de enseñar portaba el cinturón azul. Ahora luce este bicolor, que da buena muestra de su labor dentro de este deporte.

Por sus clases han pasado muchos alumnos -algún año han alcanzado las 60 licencias-, incluidos sus propios hijos. Roberto, actual capitán de Osasuna Magna de Primera División, llegó a ser cinturón marrón; y Yolanda, que lidera el vestuario del Xota femenino sénior, logró el primer Dan e incluso ha ejercido de monitora. “He llegado a dar clases hasta a mi mujer, Antonia, aunque sólo un año”, recuerda Luis. A lo que su hijo contesta, entre risas: “Se cansó rápido. Mi madre habría dicho: ‘Bastante le tengo que aguantar en casa como para hacerlo aquí también”.

El capitán del Xota practicó kárate hasta los 17 años, mientras lo alternaba con el fútbol sala, deporte de mucho arraigo también en Irurtzun. “Me gustaba mucho competir, pero no tanto entrenar. Me quedé en el cinturón marrón, que conseguí bastante pronto, con 12 años o así, y con la espinita clavada de no intentar el negro. Cuando decidí dejarlo, mi padre se enfadó mucho conmigo. Le gusta el fútbol sala, pero el deporte que ama con locura es el kárate. Ahora es cuando se da cuenta de que elegí bien”, constata.

Su hermana, Yolanda, compaginó también ambos deportes, hasta que decidió abandonar el que ha vivido desde pequeña en casa por no poder compatibilizarlos. “Conmigo también se puso de morros, aunque no tanto”, dice entre risas. “Con tres años ya le acompañábamos, empezamos a entrenar siendo muy pequeños. Pero al final me fui a jugar al Orvina y los horarios no me cuadraban, así que acabé por dejarlo también”, explica.

Los dos se sienten muy orgullosos de su padre, del logro que acaba de conseguir. De los escalones que, a sus 68 años, sigue subiendo dentro de un deporte al que ha dedicado toda su vida. Del que además es un referente en Irurtzun y por el que se ha ganado el cariño de muchos de sus vecinos. “Yo estoy muy agradecido. Para mí es una satisfacción enorme y algo muy bonito ir por la calle y que un chaval me salude”, afirma.

Sus vecinos no son, sin embargo, los únicos que le reconocen y le muestran su afecto. Su labor como mopa en el pabellón Anaitasuna -labor que realiza desde hace unos diez años, cuando el equipo jugaba en el Universitario-, así como sus continuos viajes con el Xota en las distintas competiciones como la Copa de España de fútbol sala, le han reportado muchos fans. Una expresión ni de lejos exagerada y, como ejemplo, la anécdota que narra su hija Yolanda: “Una vez en Málaga, después del primer partido de la Copa, fuimos a dar un paseo la familia por el puerto. Nos cruzamos con mucha gente que se paraba y decía: ‘¡Mira, el señor de la carraca!’. Y yo pensaba: ‘Madre mía, si va al lado el capitán del Xota y al que reconocen es a mi padre’. Incluso una cuadrilla le pidió que se sacaran una foto”.

Roberto Martil lleva con naturalidad las incursiones de su padre en la pista durante los partidos, aunque no siempre ha sido así. “Intento no hacerle mucho caso, la verdad. Quizás antes sí me ponía más nervioso. A la gente le puede hacer gracia algunas cosas, pero a mí a veces no. Un año me dijo un árbitro: ‘Oye, Roberto. Dile a tu padre que se calme o le echo’. Y le contesté: ‘Pues échale, a mí no me digas nada. Ahora mismo es un empleado de un club, no mi padre”, cuenta.

A su padre, Luis, se le dibuja una sonrisa en la cara cuando escucha esta anécdota. La admiración es recíproca y para él “no tiene precio” ver disfrutar a sus hijos con el fútbol sala. “La satisfacción que tengo no la sabe nadie”, asegura. Aunque no hayan seguido su camino en el kárate, ambos se han volcado en el deporte. Una pasión con la que han crecido desde la cuna y que piensan seguir cuidando. Y ahí, buena parte de culpa la tiene el aita.

“Mi padre es mi espejo deportivo”, dice Roberto, a la vez que se emociona. “Ver desde pequeño cómo practica deporte y cómo siempre ha ayudado, en cualquier faceta, es muy bonito. Si mi hermana y yo somos lo que somos, deportistas, es gracias a él”, destaca. Y añade: “Se ve además que la gente le tiene cariño, es una persona especial y muy querido. Y me ha transmitido valores que yo mismo intento enseñar a los demás, como es el compañerismo. Me da igual que me recuerden por ser buen o mal jugador. Quiero que la gente se quede con que he intentado ser buena persona”. En la misma línea se expresa Yolanda, a quien le enorgullece sobre todo “ver cómo se involucra en todos los eventos sin esperar nada a cambio. Es algo que hemos visto desde pequeños”.

Luis escucha con emoción contenida las palabras de sus hijos. Y, a la vez, mira de reojo dónde están sus nietas. Bera, la hija de casi un año de Roberto; e Irati, la pequeña de Yolanda, de dos y medio. Sólo es cuestión de tiempo que las dos se conviertan en alumnas del mejor profesor de kárate que pueden tener: su abuelo.

En el Xota femenino. Roberto Martil, además de jugar en la máxima categoría del fútbol sala y capitanear a su equipo, es además entrenador del equipo sénior femenino del Xota en el que juega su hermana. Hace unos seis años, el club de Irurtzun volvió a contar con un equipo de chicas y, “como no tenían entrenador, me dijeron a mí”. “Yo no quería comprometerme por mis partidos y demás, pero empezamos, esto ha ido creciendo y cada año estoy más enganchado”, asegura. Yolanda, que ha pasado por clubes como el Orvina o el Subiza, lidera ahora un grupo que le transmite “mucha ilusión y motivación”.

“Para mí, este sexto Dan es una satisfacción personal y un premio al trabajo que llevo realizando durante años. Me hace pensar hasta dónde he llegado desde

la nada”

Karateca

“Me enorgullece ver cómo se involucra mi padre en todos los eventos sin esperar nada a cambio. Es algo que hemos visto desde pequeños. Además, le han llegado a reconocer a él antes que a mi hermano”

Capitana del Xota

“Él es mi espejo deportivo. Es muy bonito ver desde pequeño que tu padre practica deporte y ayuda en cualquier faceta. Si mi hermana y yo somos lo que somos, deportistas, es gracias a él”

Capitán del Xota