Aitor, cómo explicarte que la Real honró tu memoria en el 23 aniversario de tu vil asesinato con un encuentro de ensueño con el que acabó goleando y eliminando a todo un rey de Europa como el afamado PSV Eindhoven. Once canteranos en total, un equipo con un potencial y un futuro tan grande como impredecible y el carácter que transmite su entrenador pusieron patas arriba al estadio donostiarra, que vivió una de sus mejores noches que se recuerdan en el Viejo Continente. Queremos creer que la lluvia eran tus lágrimas de emoción por poder comprobar el estado de felicidad en el que nos ha instalado este proyecto.

La Real se clasificó cuando menos se esperaba. Lo ha hecho toda su vida. En el momento que se pierde la fe, cuando surgen las dudas, se multiplican los problemas por los contratiempos físicos o cualquier otras vicisitudes, esta plantilla resurge. No de sus cenizas, porque nunca llega a quemarse y siempre aguanta de pie. Pero vuelve y triunfa. Es importante que rompiera a lo grande una racha que estaba empezado a ser sonrojante, con más de 20 duelos directos seguidos sin conocer el triunfo ante adversarios de entidad. Si algún día había que dar ese puñetazo en la mesa qué mejor que anoche, cuando estaban los más fieles (25.000 espectadores) y era obligatorio vencer para volver a pasar a los cruces de la Europa League. Por segundo año consecutivo, tras superar dos grupos de la muerte mientras muchos otros conjuntos de la Liga rotaban en la competición e incluso hacían debutar a juveniles. La Real se ha visto en la necesidad de afrontar todos los duelos a cara de perro. Tanto en casa como fuera, y ayer por fin encajaron todas las piezas para que sacara adelante otro choque ante su parroquia, algo que solo había logrado una vez en estos dos cursos frente a un visitante extranjero (AZ Alkmaar, 1-0). Un bagaje estadístico pobre que tarde o temprano siempre acaba pasando factura.

Una victoria con el hacha de guerra de su entrenador en la mano. Con las pinturas en la cara y al más puro estilo Braveheart. Sufriendo durante muchos minutos, jugando a otro estilo al que no se encuentra tan acostumbrada, replegada y con las líneas muy juntas, a la contra, que acabó convirtiéndose en la fórmula perfecta para lograr un reto que se antojaba más exigente y complicado que nunca, dadas las limitaciones con las que se presentaba a la contienda. Un doblete de Mikel Oyarzabal, el primero de penalti, y otro tanto de Sorloth, casi al final, ante un rival ya derrotado, con la rodilla clavada en el suelo por su importancia y su inferioridad, con uno menos, certificaron una clasificación que es un éxito incuestionable si se tiene en cuenta la exigencia y el nivel del grupo. Ahora que pase otro rival Champions; total, será el tercero que comparece este curso por Donostia.

La grada Aitor Zabaleta estuvo a la altura de su nombre al desplegar uno de los mosaicos más espectaculares y bonitos que se recuerdan en la historia del club. El sombrero de copa nos enseña el camino a los sueños. Y a la gloria. El pulmón de Anoeta fue de largo la zona más poblada en un día de perros en el que faltó mucha gente. No es un reproche, porque no es momento para juntarnos demasiado en espectáculos públicos (por la perpetua lluvia y por la subida de los contagios), pero sí que es justo reconocer el incesante aliento y lo que transmite el fondo sur. Aitor también estaría muy orgulloso de ellos. Bueno, sería uno más cantando y bailando al son que marca su Real. Eso sí, si alguno salió la víspera o antes del partido al encuentro de los descerebrados y arrogantes ultras holandeses por las calles donostiarras, a ver si alguien o entre todos le explican que simplemente no ha entendido nada. Para que no vuelva a suceder nada parecido nunca más. Por un fútbol mejor. Por Aitor.

Planteamiento

Llevábamos varios partidos denunciando que desde que Mikel Merino se lesionó, a la Real le estaba faltando músculo en la sala de máquinas. Imanol Alguacil demostró que también tenía localizado el problema y, como suele ser habitual, porque es un gran entrenador, buscó una solución en su plantilla. En su taquilla, entre sus pertenencias de Zubieta. Y entre ellas, el más fuerte de largo y el que más disputas suele vencer en los datos científicos que manejan los sabios txuri-urdin, Igor Zubeldia. Por eso no tuvo ningún problema en reconvertir al azkoitiarra en centrocampista, para formar junto a Zubimendi. Chapeau para el 5, que arrastra unos problemas de pubis que le están amargando la temporada y que sirve para solucionar cualquier descosido o gotera que se le va presentando al equipo.

Imanol había avisado la previa que el PSV era un conjunto muy parecido a la Real, fiel al buen trato de la pelota y con vocación para manejar los duelos desde la posesión. Los neerlandeses se encontraron con un anfitrión distinto al que seguro que esperaban. Agazapado cerca de Remiro, ante el que levantó dos muros muy cercanos para no dejar espacios y cerrar cualquier tipo de combinación que intentara destriparles por el centro. Tras un par de sustos y la seguridad de que se avecinaba una noche muy larga, la Real comenzó a estirarse gracias, sobre todo, a la garra de Portu. El murciano desempolvó el traje de guerrero y fue un cuchillo por su banda. Los blanquiazules arriesgaban mucho en la salida de la pelota, pero cuando lograban superar la presión visitante, en varias ocasiones con maniobras corales excelsas, descubrían muchos huecos para hacer sangre. Portu no encontró rematador en su primer centro e Isak, solo desde la medular por un gran servicio de Aihen, a quien había proyectado Januzaj, no logró aprovechar un mano a mano de esos que no admiten perdón con el 0-0. Remiro salvó a su equipo con una estirada felina a una rosca endiablada de Mwene y Bruma puso el nudo en la garganta de Anoeta con un zambombazo que escupió el larguero. En el intercambio de golpes de una estupenda y atractiva batalla pasada por agua, Aritz se topó con Drommel y, poco después, el rMwene salvó un disparo de Januzaj con el brazo. El penalti lo transformó el superhéroe de siempre, que había decidido esconder sus poderes hasta entonces. Mikel Oyarzabal, sin duda el jugador que le hubiese gustado ser a Aitor. La Real no digirió bien el tanto, se puso nerviosa, y vio cómo Boscagli y Bruma, de nuevo de falta, rozaron la igualada.

En la reanudación los locales percibieron que se encontraban en una posición de fuerza con el botín de ventaja. No tenían miedo a pasarse 45 minutos defendiendo, conscientes de que podían lograrlo con el apoyo y el sustento de su parroquia y de que más pronto que tarde llegaría su oportunidad. El PSV se estrellaba contra los muros hasta que Zubimendi le preparó una emboscada a Gutiérrez con un robo y una asistencia de gol, una vez más, al de siempre, don Mikel Oyarzabal, que pasaba por ahí para definir como lo que es, un crack.

Con el 2-0 cambió mucho la cosa. La Real se sintió ganadora y ya nadie le iba a estropear su gran noche. Imanol oxigenó al equipo con gladiadores que entraron como si fuesen en tablas y hubiese que dar el último empujón para lograr la clasificación. Y estos, cuatro de casa y el gigante Sorloth, estuvieron a la altura de lo exigido. El noruego perdonó a la primera, antes de sellar la goleada con un obús con su pierna izquierda. Ander y Gorosabel también pudieron coronar la velada con algún otro tanto que, sobre todo al primero, les hubiese venido muy bien para darse un festín.

Y se acabó. La Real tumbó a todo un PSV. Muchas veces tenemos el morro demasiado fino, porque el visitante que acabó noqueado en la lona era todo un club que se proclamó campeón de Europa al final de los 80 y muchos lo afrontaron como si viniese un cualquiera. Imanol había intentado restar presión y trascendencia al choque, pero no lo logró. Los realistas volvieron a ganar otra final ayer, aunque no llegase acompañada de ningún título o copa bajo el brazo. Qué noche la de aquel día, la mejor de la temporada por ahora. Lo que hubieses disfrutado de tu querido equipo, Aitor. Siempre presente. Va por ti, txuri-urdin. Otra vez en Europa, van a ver a la Real.