brexit es el término de moda. Todo el mundo sabe que, ese neologismo, inexistente en el diccionario oficial de lengua alguna, hace referencia a la salida del Reino Unido del seno de la Unión Europea a la que venía “perteneciendo” desde su primera ampliación. Al núcleo inicial de países conformado por Alemania, Francia, Italia y el Benelux, en 1973, se le unió el Reino Unido, Irlanda y Dinamarca para dar forma a la Europa de los nueve.

El año 1973, ¿les suena, les recuerda algo? Es el año en el que se materializa una de las mayores crisis del capitalismo: la llamada comúnmente crisis del petróleo. Las crisis del capitalismo, tradicionalmente, como bien refleja Habermas en su obra Problemas de legitimación en el capitalismo tardío habían sido debidas a desequilibrios de oferta o de demanda. Esta crisis del año 73 nada tenía que ver con las anteriores y, por lo que se ha demostrado con posterioridad, provocada o no, supuso el pistoletazo de salida del proyecto de difusión del neoliberalismo como doctrina y cosmovisión.

Los países conformadores del núcleo inicial de la Unión Europea (Alemania, Francia, Italia y el Benelux) habían abordado y concluido su reconstrucción en el marco de uno de los capítulos de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944: el Plan Marshall. Este plan que se desarrolló entre finales de los años 40 y avanzados los 60, venía preñado de condiciones, entre ellas, la más importante era que los países receptores de la ayuda deberían crear “las condiciones para la formación de un único mercado ampliado en el que se eliminaran de manera permanente las

restricciones cuantitativas en los movimientos de bienes, las barreras monetarias al flujo de los pagos y, a la larga, todos los aranceles”. Huelga preguntar si, los países europeos que adquirieron el compromiso de responder a los 25.000 millones de dólares de ayuda de los Estados Unidos con la afirmación y confirmación en el corazón de la vieja Europa de un mercado único, esto es, dicho en otros términos, de convertir Europa irremisiblemente a la ideología liberal de carácter anglosajón, lo hacían de buen gusto o, si, por el contrario aceptaban las condiciones porque no tenían otro remedio. Lo que resulta cierto es que no fue precisamente la Paz (como generalmente se ha dicho) porque la paz de los cementerios ya la tenían y montones de edificios en ruinas y la propia ruina, ¡también! Ciertamente, el Plan Marshall supuso un ¡trágala! para los seis beneficiarios pero no es menos cierto que constituyó la apertura de la puerta de Europa a la supremacía ideológica del mercado.

Y, en 1973, cuando las potencias europeas han hecho ya profesión de fe del dogma liberal aparece llamando a la puerta el Reino Unido y solicitando su admisión “con condiciones ventajosas”. El núcleo de los seis considera importante la presencia de Gran Bretaña en el nuevo club y su entrada es leída como el signo evidente de que las cosas se estaban haciendo bien en la ejecución del nuevo proyecto. Que el inventor de la corriente liberal compartiese el proyecto y desease vivirlo desde dentro, solo podía interpretarse como un gran logro. ¿Nadie pensó, en ese momento, que Gran Bretaña podía tener otro tipo de intereses que fueran más allá de la simple colaboración en un mercado único? ¿Nadie pensó que, el país inventor del liberalismo, pudiera tener como interés fundamental la expansión del mismo y, consecuentemente, la ideología que lo sustenta?

Gran Bretaña entró en la Unión Europea en el momento en el que el mundo anglosajón proyectaba globalizar el liberalismo en la versión neoliberal. Dicho de otra manera, es cuando Estados Unidos y Gran Bretaña iniciaban la tarea de universalizar y uniformizar el mundo a partir de los dictados de la Escuela de Chicago mediante los Thatcher y Reagan y la corte de apóstoles del credo neoliberal. A partir de ese momento, de la deriva neoliberal de la Unión Europea de la que dan fe el Acta Única Europea, el Tratado de Maastricht, el Tratado de Amsterdam, el Tratado de Niza, el Tratado de Lisboa y hasta el borrador de la pretendida Constitución? Gran Bretaña va a ser actor (activo) y testigo (vigilante) de primer orden.

Entre los años 2016 y 2020, cuando Gran Bretaña, tras haberse cerciorado de que la Unión Europea había cogido la velocidad de crucero necesaria para impedir variar el rumbo, va preparando su adiós a la Unión para finalmente, acabar saliendo de su seno. La historia de Gran Bretaña, salvo momentos puntuales (su conquista por Guillermo el Normando en 1066 o el comercio de lana con los Países Bajos en los siglos XIII y XIV), se desarrolló al margen de la Europa continental. Inglaterra siempre caminó sola y, ahora vuelve a hacerlo.

Una vez que su tarea ha sido completada y que el riesgo de la creación de una Europa social y solidaria ha quedado aniquilado, ¿qué sentido tiene su presencia en el interior de la Unión?

Durante estos últimos 47 años, su tarea no ha consistido en contribuir a confirmar y consolidar una Europa social, solidaria y cohesionada sino en supervisar, controlar e impedir las tentaciones auténticamente comunitarias o las veleidades socialdemócratas. Y, por tanto, en definitiva, hacer cumplir los acuerdos de 1944, en particular los compromisos del Plan Marshall. Eso, finalmente, ha dado como resultado, el otorgamiento de carta de naturaleza en Europa al capitalismo radical, salvaje, esto es al neoliberalismo.

¡Misión cumplida!, Europa forma parte, de manera definitiva, de lo que Max Weber llama “ese edificio irreformable que nos dicta las normas con las que hemos de vivir”, esto es, el capitalismo moderno.

El autor es catedrático emérito