“Nos miramos y entre sorprendidos y con algo de risa tonta pensamos: Joder, ¿otra vez? ¿Nos puede volver a pasar?’ Y, sí, nos está volviendo a pasar”. Luis Miguel Huguet, Maider Oiz y Andrea Scappini recuerdan así cómo vivieron el momento cuando, el pasado 25 de septiembre, les anunciaron, en mitad de su jornada, que Trenasa dejaba de producir. Al igual que otros cinco trabajadores, están reviviendo su segundo despido traumático con cierre de empresa en cuatro años. En enero de 2016, tres meses después de ser comprada por General Electric, la planta Alstom de Buñuel, dedicada a la fabricación de turbinas de aerogeneradores eólicos de gran potencia, anunció que en mayo cerraría y dejaría en la calle a 103 trabajadores y trabajadoras. Hoy, ocho de aquellos despedidos están viendo, con incredulidad, cómo la pesadilla se vuelve a repetir. Hay algunos puntos de coincidencia: dos grandes empresas deciden en sus despachos prescindir de una pequeña filial sin tener en cuenta la mano de obra cualificada que dejan en el camino.

“Cuando una empresa dice que va a cerrar, cierra y no mira si me llamo, Luis Miguel, Maider o Andrea, sino que eres el 101, el 105 o el 107. Hasta el número 400 se van todos a la calle. No miran lo que hay detrás, si hay familias o tu situación. Cuando entras al trabajo dejas de tener un nombre y pasas a ser un número y cuando dicen que se cierra, ese número se va a la calle”. Luis Miguel, de Ribaforada, estaba esperando que su pareja, que vive en Madrid, se trasladara a vivir con él. Ahora todo parece complicarse. Tras el despido de Alstom, esperó a que pasara el verano de 2016 y enseguida encontró trabajo en Trenasa.

Andrea, de origen italiano, asegura que está pensando en ponerse a estudiar algo, “no sé ya ni qué hacer. Lo de los molinos, de Buñuel, parecía que tenía futuro y se cerró. Este trabajo que todo el mundo decía que tenía futuro y también se cierra. ¿Qué hago?”. Andrea, separado y con tres hijos, estuvo un breve período en una papelera de Buñuel y más tarde encontró hueco en Trenasa, un lugar donde ha podido realizar lo que más le gusta, la mecánica.

“En aquel 2016 yo estaba embarazada y mi marido trabajaba también en Alstom. Ahora tengo ya 33 años y dos despidos duros a mis espaldas, aunque, la verdad, este, por lo inesperado, me ha dolido mucho más. En el otro era más joven y dices: ya encontraré algo. Aquí estaba muy bien y duele mucho”. Pese a su juventud y la experiencia laboral que ha vivido, Maider intenta no caer en la desesperanza. “Es lo mismo que hace cuatro años, aunque entonces tuvimos unos meses para tragarlo”.

Tras el cierre de Alstom (como sucedió en Tudela con Gamesa o NOI en 2013 y 2004, respectivamente), y tal y como ocurrirá ahora, hubo una estampida de los 103 empleados por buscar un nuevo trabajo dentro de su rama tan especializada y algunos encontraron empleo en Trenasa. En total unos 15, de los que actualmente permanecen ocho.

Luis Miguel verbaliza lo que piensan muchos de los que se verán en la calle cuando Trenasa cierre la verja. “En Buñuel fue cerrar y los dueños casi se echaron las manos a la cabeza porque empezó otra vez el boom de los aerogeneradores. Podíamos haber tenido trabajo, volvieron la subvenciones. Pero lo que veo ahora es más problema, entonces salíamos de una crisis y ahora la crisis está empezando. ¿Dónde encuentras trabajo? ¿Dónde puedes trabajar en lo que nos gusta que es la mecánica?”.

Pese a todo, la tranquilidad de haber hecho bien su trabajo y de estar reclamando lo que es justo les deja la conciencia lo suficientemente tranquila como para protestar cada mañana, con sus compañeros, a la puerta de su puesto de trabajo. Entre cafés y algo de almuerzo para hacer frente a las bajas temperaturas, los días van pasando. “Me voy con la cabeza bien alta. Todos, la gente, los políticos y la empresa valoran el trabajo que realizamos. No somos malos empleados, ni mucho menos, y todo el que ha venido ha dicho que la plantilla de Trenasa es muy cualificada. Si aquí nos falta trabajo, vamos a tener el mismo problema por muy cualificados que seamos. Nuestra lucha era el día a día y tratar de hacerlo lo mejor posible. Y lo hemos hecho. Nuestra lucha era el trabajo. De las cuentas que se ocupen las altas esferas; no sé si han hecho trampas o no, porque nosotros apretamos tornillos, pero no manejamos el dinero”, asegura categóricamente Luis Miguel.

Después de 15 días de lucha sindical, la unidad de la plantilla no es la misma que al comienzo, si bien la protesta y las acciones siguen en pie. “La cuestión es intentar hacer cada uno lo que pueda”, apunta Maider, “cada uno actúa como cree que debe hacerlo”, añade Luis Miguel. “Si una persona quiere estar en la calle es porque se lo pide el cuerpo. El que no viene es porque lo siente así. No puedes echar en cara nada a nadie. Nunca va a haber un consenso de todos y menos en una plantilla de cien personas”.

Los problemas de cada persona van calando y empapando al resto de compañeros y compañeras de piquete. Esta especie de esprint reivindicativo que deben hacer durante un mes, que es el tiempo que permanece abierta la fábrica y que sigue viva la negociación, es fundamental. “Nos han pasado cosas de todo tipo, que parece que si montamos un circo nos crecen los enanos... Que el abogado de Trenasa se tuviera que aislar por la covid y te juegues tu futuro hablando con una pantalla. Es muy fuerte que no puedas mirarle a los ojos; tiene que ser muy frustrante para los compañeros del comité. Que se traslade la negociación a Pamplona por miedo a las agresiones, o que se suspenda la manifestación por la covid... es todo muy fuerte. Contra eso no podemos luchar, nuestra lucha es el día a día”. Andrea que escucha atentamente asiente lo que dice su compañero y añade: “Cuando estábamos en Buñuel no hubo ni una sola negociación en la planta, se trasladó todo a Madrid y allí teníamos que ir a hacer presión”. Para Maider, en los primeros días de reivindicación la plantilla de Trenasa ha mostrado su unidad y su energía: “Pensábamos que esto se podía revertir. Pero conforme pasa el tiempo ves que la cosa no evoluciona, que no avanzamos y yo creo que los últimos 15 días quizás van a ser los más duros”.

La preocupación va mucho más allá de si la empresa puede seguir, de si cierra o de si les dan indemnización. En el caso de más de la mitad de la plantilla los problemas son cada día, porque sumergidos en un ERTE salvaje desde el mes de julio, el Estado no les ha pagado todavía ni uno sola de las pagas compensatorias. “Estamos reivindicando que no se cierre, pero hay también otros aspectos importantes. Existe un ERTE desde el mes de julio en el que nadie ha cobrado todavía la parte del Estado”, explica Maider, “Yo no he cobrado desde julio. La empresa sí ha abonado su parte, que es el 15%, pero el 70% que ha de venir del antiguo Inem no nos ha llegado a ninguno. Tengo todo septiembre y octubre aún de ERTE y no he recibido nada del Sepe desde julio”, indica. “El dinero no llega, pero las facturas sí que siguen llegando igual”, manifiesta con una risa entrecortada Andrea.

El mayor de los tres, Luis Miguel Huguet, recurre a la sabiduría popular para dar un toque de optimismo, “la salud es lo más importante y mientras tengas salud para buscar trabajo, está bien. Aunque es verdad que te pega un pequeño bajoncillo en estas circunstancias. Pero siempre hay que venirse arriba, no te queda otra”, suspira ante el gesto afirmativo de los otros dos compañeros.

“Cuando una empresa cierra, no mira los nombres, sino que eres el 101, el 105 o el 107”

“Nuestra lucha era el día a día y hacerlo lo mejor posible. Me voy con la cabeza bien alta”

Trabajador de Trenasa

“Los que estamos de ERTE no hemos cobrado la parte del Estado, el 70%, desde julio”

“Cuando cerraron Alstom mi marido también trabajaba allí, y yo estaba embarazada”

Empleada de Trenasa

“En Alstom no tuvimos ni una sola negociación en Buñuel, tuvimos que ir todos a Madrid”

“Decían que Alstom tenía futuro y también Trenasa, y han cerrado, ¿qué hago ahora?”

Asalariado de Trenasa