Solo una de cada cuatro empresas cumple 25 años de vida. Y son menos aún las que, como Calderería Navarra, llegan a los 40 en plena forma, con más trabajo que nunca, una plantilla que bordea el medio centenar de personas y que, además, ha completado un relevo generacional que, unido a las previsiones de crecimiento económico generalizado en los próximos años, le permite encarar el futuro con optimismo.

Y, para ello, la receta es la misma que hace cuatro décadas, cuando un grupo de ex trabajadores de Aranasa tuvo que buscarse la vida tras la quiebra de la empresa: calidad, atención personalizada y compromiso con los clientes, que son las industrias que jalonan sobre todo la comarca de Pamplona y también la Ribera de Navarra, donde la firma tiene presencia con un centro productivo en Milagro que no deja de crecer. Calderería Navarra está especializada en trabajos de construcción metálica, proyectos a medida, mantenimiento industrial y soldadura.

"La nuestra, en el fondo, es una empresa de servicios a la industria", dice Iñigo Nuin, gerente de una sociedad laboral que cuenta en estos momentos con 25 socios y 25 trabajadores asalariados, de los que 19 son fijos y seis eventuales. Una muestra más de una realidad económica que, en territorios como Navarra, va más allá de las fórmulas jurídicas tradicionales (sociedad anónima y sociedad limitada). "Esto en el fondo es un proyecto colectivo de autoempleo", explica Nuin en una definición que evoca inmediatamente a los orígenes de la firma.

Trabajadores y antiguos socios de la empresa, frente a la nave de Landaben

"Todos los socios están en el consejo, una persona tiene un voto", dice su padre, Marcos Nuin, uno de los seis trabajadores que en 1981, en medio de una crisis industrial que no dejaba de agravarse, dio forma a la empresa. "Inicialmente nos juntamos para hacer un trabajo", dice Nuin. Se refiere a Ángel Igarreta, Macario Marcos, Francisco Javier Landibar y José Luis Huarte. Juntos alquilaron una vieja nave en El Carrascal que apenas reunía ninguna de las condiciones habituales para este tipo de talleres. "Nosotros mismos tuvimos que hacer el puente grúa. No teníamos ni teléfono, la centralita que había en el pueblo era la que nos cogía las llamadas", cuenta Nuin, quien recuerda que "dos de los fundadores" tuvieron que hipotecar sus pisos para arrancar.

No hizo falta ejecutar aquellas hipotecas. Para cuando se concretó el apoyo económico, la actividad ya había arrancando y la empresa generaba ingresos suficientes para atender los pagos de terceros y, finalmente, comenzar a pagar los sueldos de sus seis trabajadores. Fueron meses y años de un fuerte compromiso, donde la voluntad por salir adelante pudo con las dificultades de un mercado que no era como el actual.

"Nos apremiaba la necesidad -recuerda Ángel Igarreta-, teníamos obligaciones en casa. Poníamos mucho empeño, dábamos calidad y ofrecíamos un buen servicio a los clientes".

Una filosofía que se mantiene

La empresa había nacido, además, con una filosofía que hoy mantiene. "Todos los socios tienen que ser trabajadores, nadie puede tener acciones si no está trabajando", explica Marcos Nuin, que se jubiló hace una década y que pronto asumió las funciones de gerente. Igarreta era el responsable técnico de la empresa, donde cada socio se había responsable de su cliente. "La misma persona visitaba la empresa, hacía el proyecto y se encargaba de llevarlo a cabo", explica Igarreta.

Y las grandes decisiones se sometían a votación. "La gestión es más difícil, claro, requiere de más trabajo, más negociación y participación, pero también hay un punto de compromiso añadido", explica Iñigo Nuin, que sustituyó a su padre como gerente. "Tras ser elegido por votación", precisa Marcos Nuin.

Soko Recalde se unió muy pronto a la empresa, apenas unos meses después de que echara a andar. Y, tras cumplir 40 años en las tareas administrativas, hoy es la memoria viva de una empresa que ha visto crecer ante sus ojos. "Pagábamos 112.700 pesetas de alquiler por la nave de Campanas", recuerda ahora. Recalde vivía en Campanas y al principio apenas trabajaba unas horas ayudando en la incipiente contabilidad de una empresa que tenía que aprender a hacerlo todo. Pronto el incremento del trabajo le permitió completar la jornada y Soko no lo dudó. "Estaba a gusto. Y estar a gusto en el trabajo vale mucho dinero".

Crecer y diversificar

Los años 80 pasaron como un torbellino. Y en Navarra dejaron un lluvia de inversión extranjera que hizo cambiar de manos al tejido empresarial, pero que también sirvió para modernizar la industria. Mientras en otros territorios la reconversión hacía sufrir a cientos de miles de trabajadores, en la Comunidad Foral se asentaba un modelo productivo basado en las manufacturas que conservaba todavía margen para desarrollarse.

"Siempre tuvimos trabajo", recuerda Marcos Nuin. Calderería Navarra es una empresa que depende, sobre todo, de la industria. Primero fueron Senasa, Potasas, las canteras de Alaiz. Y poco a poco se fueron incorporando nuevos clientes, nuevos sectores. La obra pública, por ejemplo, tomó protagonismo a finales de los años 90, cuando la economía despegaba de manera definitiva.

"Participamos en la construcción de la galería subterránea del Casco Viejo de Pamplona", dice Nuin, quien señala otro de los hitos de la empresa. En 2001, con 20 años ya a cuestas, la empresa se trasladó a su actual nave en el polígono de Landaben.

"Fue muy importante", confirma Igarreta. La nueva nave reunía unas condiciones mucho mejores y, sobre todo, permitía a Calderería Navarra acercarse a los clientes tradicionales. Eran años de crecimiento, cuando la tentación de apostar por sectores en ebullición, como el constructor, era fuerte. En su caso, llegó a suponer casi una tercera parte de los ingresos que, para 2012, se habían evaporado. "Ahora mismo estamos centrados en la industria".

Apuesta por la Ribera

Aunque la caída del sector constructor mermó los ingresos, Calderería Navarra había tomado en 2004 una decisión que, vista con perspectiva, fue todo un acierto. Uno de sus trabajadores, Eduardo Osés, estaba empeñado en hacer algo en su pueblo, en Milagro, donde la industria agroalimentaria supone una de las bases de la actividad. Un tipo de industria que crece y que, además no se deslocaliza. "Empezamos con un taller alquilado y en 2006 entramos ya en la nave nueva. Fue un cierto", resume Marcos Nuin. Hoy -añade su hijo Iñigo Nuin- Milagro aporta casi una tercera parte de la facturación total (unos 3,5 millones de euros) y cuenta con 15 empleados, frente a los 35 de Pamplona.

Trabajadores de la planta de Milagro

Calderería Navarra se encuentra así al borde de dejar de ser considerada pequeña empresa. Y, tras una reflexión estratégica llevada a cabo en los últimos meses, ha decidido no crecer más. "No queremos perder la cercanía que tenemos ahora mismo con los clientes", explica Iñigo Nuin, quien apunta asimismo a las dificultades crecientes para encontrar personal cualificado como otro de los retos que debe afrontar una empresa que se nutre sobre todo de trabajadores con Formación Profesional de Grado Superior. "Hemos digitalizado la gestión, pero el trabajo es el que es. Nuestro valor está precisamente en las personas".