Habían pasado 24 años desde que se proclamara campeón ante Joe Frazier, y justo 20 años desde su mítico combate ante Muhammad Ali/Classius Clay en Kinshasa, donde había perdido la imbatibilidad y el título mundial en una derrota polémica (en sus memorias, asegura que fue drogado antes de subir al ring), y George Foreman volvía a luchar por ser campeón del mundo de los pesos pesados.

Esta vez, con 45 años, una edad a la que nadie había logrado tal hito, y tras una trayectoria atípica para un ex púgil: exitoso hombre de negocios de productos cárnicos y pastor de la Iglesia Evangelista de Estados Unidos.

El duro Big George de los años 70 se había convertido en el Reverendo, un tipo simpático y carismático. Y, frente al nervio y movilidad de sus orígenes, el dominio empecinado del centro del ring y, sobre todo, una capacidad para aguantar golpes sólo superada por su impresionante potencia para darlos.

Su regreso al trono mundial no fue sencillo: regreso en 1987 tras diez años de parón, con el objetivo de recaudar fondos para jóvenes problemáticos; diversos combates para ir engrosando su palmarés; y primera gran ocasión: el duelo con 42 años ante Evander Holyfield, de 29. Su derrota a los puntos fue dulce, porque en el mundillo del boxeo se comprobó que verle ganar el título mundial no era una quimera.

Y así llegó la segunda oportunidad: Michael Moorer ganó a Holyfield y retó al Reverendo, el rival que garantizaba un mayor beneficio económico. Para disputar el combate, Foreman tuvo que acudir a la Justicia, porque no le aceptaban como candidato por su edad.

Por fin, el combate podía celebrarse. El 5 de noviembre de 1994, en Las Vegas, el texano se medía con Moorer, un púgil que llegaba a la cita invicto y con la espectacular marca de 30 k.o. en 36 combates.

Moorer llevó la iniciativa en los nueve primeros rounds ante un Foreman que se defendía lo bastante bien como para que el campeón no le diera un golpe decisivo, hasta que, en el décimo, el Reverendo, con una combinación de izquierda y derecha, tumbó a Moorer, que no pudo levantarse durante la cuenta del árbitro. Había sido el único error del campeón: ponerse al alcance de la terrible diestra del texano.

"Por fin he expulsado de mí el fantasma de Muhammad Ali", dijo entonces Foreman, el púgil que nunca logró la revancha ante Ali, pero que fue campeón con 21 y 45 años, y que no se retiró hasta que, con 50, su esposa le obligó a hacerlo para preservar su salud.