Si en octubre de 2012 no hubiera conocido la Venezuela revolucionaria no sería tan consciente ahora de la enorme pérdida que supone la desaparición de Chávez para un país esperanzado que vivía bajo su liderazgo, para las naciones de América Latina unidas en proyectos que él impulsó y por ende para el mundo que cree en la distribución de los bienes entre los ciudadanos y su no acumulación en manos de unos pocos. Si no hubiera estado allí, si no hubiera conocido a las gentes que han ido beneficiándose de una sociedad que progresa, que evoluciona hacia ideales igualitarios, participativos, la noticia del fracaso ante lo inevitable en el caso particular de un jefe de Estado no me hubiera impactado tanto. Quizás asistiría con una cierta indiferencia, como muchas de las personas que me rodean a un acontecimiento puntual ocurrido mas allá de los mares. En este rincón del mundo se trivializa lo que se ignora, igual que en otras partes, ni más ni menos. Lo que se desconoce pasa inadvertido. Sin embargo resulta hiriente y hasta inaceptable escuchar comentarios referidos a una personalidad pública que pasará a la historia como uno de los estadistas mas influyentes en el proceso de cambio que esta viviendo el continente americano, cuando se saben basados en la desinformación y en la demonización que muchos medios de comunicación han hecho de Hugo Chávez. Tragamos día a día montañas de basura informativa sin ni siquiera sospechar las manipulaciones y las aberrantes mentiras que contienen. Transmiten una imagen que muchos asumen como cierta al no disponer de alternativas, de opiniones contrastadas que pongan las cosas en su sitio. Y las cosas no son como nos las cuentan los medios del establishment. No lo son. En Caracas, mientras los venezolanos conocían al anochecer del 7 de octubre de 2012 la victoria de Chávez, al término de una jornada electoral desarrollada con la máxima pulcritud, había medios españoles que daban la victoria a la oposición. Seguramente no podían creer que sus perversos deseos, apoyados en campañas de descrédito y tergiversaciones interesadas, no pudieran cumplirse en la realidad. En el interior del país también existen medios de comunicación que divulgan las bondades de la Venezuela opositora atacando implacablemente los logros de la Revolución. A algunos les han hecho creer que viven en una dictadura. Así lo aseguraba mi compañera de asiento mientras volábamos desde Madrid hacia Caracas. Ella aseguraba convencida: Vivimos en una dictadura. ¿Dictadura? le repliqué. Dentro de una semana hay elecciones libres y ¿me habla de dictadura? Yo si que conocí una dictadura y le aseguro que bajo esos regímenes no hay elecciones, añadí. Ella siguió justificando su opinión opositora diciendo que las calles estaban sucias, descuidadas y que había mucha delincuencia. Cuando pisé las calles de Caracas no me parecieron distintas a las de Montevideo, Quito o México DF. Supe pronto que a pesar de que la pobreza de Caracas es muy visible las cosas estaban mucho peor hace 14 años cuando Chávez llegó al poder. Entonces había un 70% de venezolanos que vivía por debajo del umbral de la pobreza. Ahora la cifra ha bajado hasta el 28%. Son muchos es verdad pero son bastantes menos. Los vecinos de las pobres barriadas de ranchitos, los trabajadores humildes del campo y los del medio urbano pueden acceder a la enseñanza superior y a tener atención médica. Algo con lo que ni soñaban hace una década. Por todas partes las grúas anuncian la construcción de viviendas para los desheredados. Son las misiones vivienda del gobierno revolucionario. Curiosamente los opositores no se quejan porque sus negocios funcionen mal. La permanencia de una delincuencia difícil de erradicar es el argumento mas mencionado para mostrar su desacuerdo con el Gobierno. Aunque no lo confiesen, algunos desearían que el país volviera a la situación anterior en la que las riquezas hacían muy ricos a unos pocos y muy pobres y sin acceso a los derechos mínimos a la gran mayoría.

Viví la alegría de esos pobres celebrando el triunfo de Chávez. Era una alegría desbordada, sincera, esperanzada. El líder de la Revolución Bolivariana era un hombre sorprendente, con un carisma que conquistaba las masas. Escuchándole hablar uno se olvidaba del modelo de político y de militar al que estamos acostumbrados en estas latitudes. Para los que hemos vivido en un mundo como el nuestro donde todos los días desayunamos con otro caso mas de la interminable lista que identifica política con corrupción, política con arrogancia, política con traición a las promesas, política con sumisión al dinero y a las iglesias más retrógradas, resultaba atractivo un discurso directo, respetuoso en todo momento con el lenguaje de género, salpicado de poesía y de oraciones sencillas. En la voz de Chávez resonaba victoriosa, libre, la exaltación de conceptos como socialismo e independencia. Para los vascos resultaba además emocionante, cercana, posible.

Acostumbrados a los militarismos imperialistas, represores, de la derecha eternamente injusta, sinónimos de terror para los pobres, para los pueblos, descubrimos a un militar que ha devuelto la dignidad a los mas desfavorecidos, aprovechando la inmensa riqueza petrolífera para que redundara en favor de la comunidad. La puesta en marcha de estructuras que ofrecen capacidad de decisión a la ciudadanía desde su misma base, alimentan la esperanza en un futuro sin el líder que inició la revolución. Hay gentes mas necesarias pero ninguna es imprescindible. Si no hubiera conocido la Venezuela de Chávez sería mas lejana la ausencia del que se ha ido pero me siento un privilegiado por haber podido compartir el tiempo y el espacio con las gentes que me han contado sus propias experiencias en el marco de una Venezuela esperanzadora y esperanzada. Ello me permite opinar sobre lo que he visto y denunciar al mismo tiempo lo que los contadores de mentiras me querían ocultar.