Hola, personas, ¿qué tal va la vida?, me alegro. Gran paseo el de esta semana con un componente humano muy especial: en un tramo me ha acompañado el padre Tarsicio de Azcona y eso son palabras mayores.

Hace tiempo que quería dedicar un ERP a la zona del comienzo de la avenida de Villava y su entorno, frontera norte de la ciudad. Para ello el domingo a la mañana tomé mi velocípedo y dirigí hacia allí mis pedaladas. Bajé por la cuesta de la Txan, ¡Carril bici YA!, y tras pasar el río por el puente nuevo tomé el camino de Alemanes para salir directamente al límite de la ciudad lindante con Ansoáin.

Decir avenida de Villava con Alemanes es decir capuchinos de Extramuros, allí llegué, amarré mi Joven y veloz corcel y empecé mi paseo por el convento.

De todos es sabido, aunque no todos lo practiquen, que habiendo quien sepa más que uno siempre es aconsejable cederle al sabio la palabra y abrir bien las orejas, y en este caso el sabio era de nivel: tenía una cita con el padre Tarsicio de Azcona, (Azcona, 24/12/23) Príncipe de Viana de la cultura 2014, historiador y erudito. Un pozo de conocimiento de 95 años. Mi amiga Conchi Salinas, de Casa Salinas, concebida, nacida y vivida en el barrio, me hizo de embajadora, ella tiene buena mano en esa santa casa, no en vano lleva años sirviéndoles el vino. Habíamos quedado con el Padre Tarsicio a las 11,30 del domingo y ahí estuvimos los tres puntuales como clavos. En la portería nos recibió un capuchino simpático y vacilón, le explicamos el motivo de nuestra visita, nos pasó a una pequeña sala y esperamos. En cinco minutos llegó Tarsicio ayudado de su andador, su cara mostraba curiosidad, condición sine qua non de todo investigador, por ver quién era el canso que requería de sus conocimientos. Conchi nos presentó y Tarsicio me dio la primera satisfacción cuando me dijo que había conocido a mi padre, eso hincha; nos sentamos a la mesa de camilla y empezó una interesantísima charla, me sentía como un sagutxo al lado de un elefante. Me preguntó que qué quería de él, que en qué me podía ayudar. Una vez hecho mi planteamiento, que no era otro que conocer la historia de los capuchinos en Pamplona, me remitió a un trabajo suyo publicado en Principe de Viana, Pamplona 2017, bajo el título El franciscanismo en Pamplona. Tres conventos franciscanos típicos. Ahí, me dijo, encontrarás material de sobra para tu artículo, y tuvo el detalle de regalarme y dedicarme el libro citado; pero él, gran comunicador, no pudo evitar hacerme un amplio resumen de lo publicado. Así me explicó, con un verbo ágil y docto, que los discípulos del Poverello de Asis tuvieron tres importantes cenobios en nuestra ciudad; a saber: el convento de San Francisco, de franciscanos, el de Santa Engracia, de clarisas y el de Extramuros, de capuchinos.

Los dos primeros los conoceremos en próximos domingos, hoy pasearemos por el tercero. Los capuchinos, escisión de los franciscanos de 1526, llegaron a Pamplona en 1606 y fundaron su convento ayudados económicamente por don Gabriel de Amasa e Ibarsoro y su esposa doña María de Lizoain. Él era un rico mercader de Lesaca que se volcó con la causa de los frailes mendicantes e incluso pasó sus últimos años de vida viviendo con ellos a pesar de su fortuna. Para que los frailes pudiesen cumplir con el artículo de su regla que les prohíbe tener propiedades, don Gabriel creó la fundación Amasa, que pasó a ser propietaria del convento y nombró a los capuchinos usufructuarios de por vida. Las obras comenzaron en 1607 acabándolas dos años después. Salvo los tres periodos de desamortización del XIX, allí han residido impartiendo su magisterio hasta nuestros días. El convento contaba con la iglesia, la casa y dos huertas, una pegada al convento y la otra al otro lado del Arga que salvaban con una barca atada a una sirga que se pudo ver allí en su pequeño embarcadero hasta finales del siglo pasado. El nuevo parque de Aranzadi les dejó sin huerta. Desde 1951 su iglesia es la parroquia de San Pedro.

Una vez explicada la historia franciscana Tarsicio me habló de los Reyes Católicos y del Emperador y su estancia en Pamplona y de un montón de cosas más que me hicieron disfrutar. Después nos hizo de cicerone y nos enseñó el modesto convento. Quedé en volver el miércoles para ver la biblioteca ya que el domingo se encontraba cerrada. Al llegar al patio nos despidió con gran cariño. Gracias.

Salimos del convento y un gran ambiente dominguero reinaba en la calle, brillaba el sol, era la hora de misa mayor y la gente llegaba guapa y con olor a colonia a santificar la fiesta, luego buen vermú y a comer. Así son los mediodías dominicales en cualquier pueblo y Ansoáin es un pueblo, no nos olvidemos.

Sí, es un pueblo pero? cómo ha cambiado. No hace tantos años ese comienzo de la avenida de Villava era un mosaico de huertas y un racimo de casitas bajas con negocios relacionados con el campo o con comercios de primera necesidad. Así, frente a los frailes, un poco retranqueada del camino, estaba Casa Salinas con su bodega, venta y reparto de vino, para lo que tenían un carro y una yegua. No era este el único animal que tenían en Casa Salinas pues, aparte de gallinas, conejos, perros y gatos, tenían por mascota una jabalina llamada Pantxo. La marrana iba de bares atada con una correa. Vivió 16 años con ellos. Era de Ansó. A la izquierda de la bodega tenían muelle de carga, jardín y huerta. El edificio anterior era un gran caserón que albergaba el círculo carlista de Ansoáin, ocupaba el solar en el que luego se edificó la controvertida y pleiteada casa de Nuin que le costó la Alcaldía a Miguel Erice, primer alcalde progresista que tuvo Pamplona. A la derecha de la casa de Baco, la casa de la familia Ollo completaba el grupo. Entrando en la carretera de las canteras, encontrábamos la huerta de Ariz y la vaquería de Ibarra, siguiendo la avenida hacia Villava estaba el bar Soto, la carnicería de Maria Luisa, la casa de la panadera con su panadería Redín, el estanco en la casa del estanquero, etc, etc. Lo que os decía, un mundo rural y obrero que se autoabastecía con solvencia.

Cambiando de acera cambiamos de municipio y volvemos a Pamplona. La iglesia de San Pedro también ha tenido que cambiar su fisonomía en aras del desarrollo urbanístico y el actual diseño le ha costado las tres capillas laterales. Pasada la calle Errotazar en lo que hoy es una residencia de la tercera edad había un instituto filial del de la plaza de la Cruz a donde no sé quién siendo yo un frágil infante de 7 años me llevó a ver una película de dragones, monstruos y dinosaurios que aun la recuerdo. Casi me jiño.

Muchas gracias Conchi por los servicios prestados y la información aportada y muchas gracias Tarsicio de Azcona por tu generosidad al compartir tus conocimientos.

El miércoles volví a las 9.30 de la mañana para ver la biblioteca, me volvió a recibir mi amigo capuchino, volvimos a charlar un rato para que me aclarase unas dudas y luego me acompañó para presentarme a Miren, la bibliotecaria, y pedirle que me atendiese. Así lo hizo, fue muy amable, me enseñó el santa sanctórum del convento y me dejó boquiabierto tres días. Pero de eso hablaremos en otro paseante.

Besos pa’tos.

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