burlada - 30 docenas de huevos, 50 kilos de harina, 14 kilos de azúcar, un bote de Nescafé, cuatro litros de leche, 90 litros de aceite de girasol, 12 litros de anís y 30 cajas de levadura. De ahí salen unas cuantas rosquillas. Eroski dona los ingredientes, el colegio Hilarión Eslava cede las instalaciones y la mano de obra corrió el viernes a cargo de la Asociación de Mujeres de Burlada, que lleva más de 30 años preparando este dulce típico por San Blas. Las rosquillas serán bendecidas y regaladas a la ciudadanía mañana por la tarde, tras la misa celebrada en la parroquia del mismo nombre. Cuál si no.

"Al ser San Blas, que un año te toca nevando, otro lloviendo, con un frío que te mueres... La verdad es que no iba nadie a la iglesia a celebrar esa fiesta. Y en la asociación pensamos que tendríamos que hacer algo", explica la presidenta María Luisa Orduña, de 74 años, sobre los orígenes de esta tradición en Burlada. Empezaron comprando ellas los ingredientes y pasando frío, haciendo rosquillas allí donde podían. "Luego ya nos dejaron la cocina y el comedor del colegio. Ahí estamos calenticas y es una gozada", reconoce. "Y estamos bien, lo que pasa es que ya son tantos años que nos vamos haciendo muy mayores... Pero se va apuntando gente nueva a la Asociación de Mujeres de Burlada", concreta sobre una asociación compuesta por 90 mujeres que se reúnen todos los martes, de 10 a 12.00 horas en la Casa de Cultura. "Nosotras no hacemos las rosquillas para vender, las hacemos para que se las coma el pueblo gratis. Eso que quede bien claro", recalca María Luisa.

trabajo y punto de nieve María Luisa apunta dos claves para unas buenas rosquillas. La primera, "mucho trabajo. Nos pegamos paliza. Vamos a las cuatro de la tarde y volvemos a casa a las nueve y media de la noche. Una ducha y a la cama, no podemos ni con las coplas ya", dice. Lo primero es forrar toda la cocina "para que no se manche tanto, porque con la harina se pone todo hecho una porquería y así es mucho más fácil limpiar". Después se reparten las tareas. "Unas van preparando todos los ingredientes en los calderos, van echando tantas cantidades de aceite, de harina, de huevo... y lo van batiendo. Y otras apartan las claras, que se hacen a punto de nieve. Y cuando ya tienes la masa casi hecha se junta todo, se les da unas vueltas, se le deja reposar un poquito y ya se fríen las rosquillas. Y salen muy huecas y muy buenas por las claras a punto de nieve", detalla. Por último, las rosquillas se ponen en cestas y se engalanan con lazos.

Cuenta María Luisa que las cestas quedan luego "muy bonitas colocadas en el altar. Y cuando acaba la misa las sacamos a la calle, los curas nos dan unos porronicos de vino dulce, y la gente se come las rosquillicas y se bebe un trago de vino dulce, el de consagrar", explica la presidenta de la asociación.

Una celebración con muy buena acogida por parte del pueblo. "Es muy bonito porque antes la iglesia estaba vacía y ahora se llena, implican a los niños y vienen los curas de otras iglesias... y están deseando venir, porque dicen que no han comido en su vida rosquillas más buenas", asegura María Luisa.