Cras, cras, cras. La tierra está dura. Revuelta. Un corte seco, en diagonal, y para afuera. A las seis de la mañana, cielo raso y oscuro, sólo los frontales de los temporeros arrojan un pequeño haz de luz que se puede vislumbrar campo a través, incluso desde la carretera. Amparados por el frío y la noche, en medio del campo, un diminuto resplandor que sale de sus cabezas proyecta el brillo justo para permitirles ver, entre los montículos, cómo se asoma la puntica de los espárragos que van sacando poco a poco. Uno a uno, con tres movimientos certeros. Cesta en mano, los recogen concentrados en una labor totalmente artesanal para la que atesoran, además de kilómetros en la mochila, un buen puñado de experiencia.

Los 14 temporeros que hace apenas unas semanas llegaron a Uterga desde Jaén dejarán atrás su patria durante tres meses para dedicarse enteramente al campo. A recoger el espárrago, un trabajo del que conocen bien su aspereza pero que contemplan, al final de la jornada, como una recompensa. "Claro que es duro, pero poco a poco se hace", confiesa Blas López en plena faena. "Lo que más se resiente es la espalda, y cuanto más alto, más chepa", bromea, atareado. Ni agachado pierde la sonrisa aunque haya que adivinarla a través de la mascarilla. "La cosecha va bien. Hay días que la esparraguera está buena y otros más floja. El mismo tiempo echas, tenga o no tenga. Lo bueno es que haga calor, para que el espárrago salga más rápido y más gordo, con más calibre. El frío lo que hace es pararla".

Pertrechado con su gubia, lleva desde las dos de la mañana en el campo, 23 años en el pueblo y dos décadas sacando espárrago. "Siempre en Uterga, sólo para la recogida". Hasta las once de la mañana no se toma un descanso. La temporada empieza a primeros de abril y se extiende, sonríe, "hasta que las conserveras dejan de comprar". Suele durar hasta mediados de junio y suelen sacar, por lo general y aunque influyen muchas variables, entre 1.500 y 2.000 kilos al día.

La oscuridad de la noche hace que las puntas de los espárragos resalten con el frontal de los temporeros.

El propietario, el vecino de Uterga Asier Sarasíbar, los vende a Conservas El Navarrico e Iturri. "En la Cuenca de Pamplona hay un par de esparragueras, pero muy escasas. El problema ahí es que llueve más, la tierra es más húmeda y le cuesta más secarse. Hace más frío y, quieras que no, cruzas El Perdón y el clima es diferente", explica.

Las suyas son las tierras en las que más al norte de Navarra crece el espárrago, y asume que el clima y la ubicación consiguen sacar adelante un producto especial, y cotizado, a sólo 15 minutos de Pamplona. Hace 23 años que su padre y su tío decidieron apostar por este oro blanco, "y yo desde que tengo memoria siempre les he visto aquí, en el campo", relata Sarasíbar, de 25 años. Los temporeros trabajan cada día la mitad de sus 20 hectáreas para dar tiempo a que las esparragueras sigan sacando planta, una labor que puede alargarse durante 8 años, "aunque una vez que se quema la tierra es muy difícil que vuelva a salir".

Los espárragos permanecen escondidos, durante el día, bajo un plástico negro para evitar que se quemen porque si les da el sol las puntas se ponen moradas "y ya no valen para la venta, pasan a ser de segunda". Por eso es mejor cogerlos de noche: con la luz de los frontales, en plena oscuridad, resalta el blanco de las puntas sobre la tierra. "Si te pilla el calor, malo, y la noche cunde más para coger si va saliendo", explica Manuel Rivera sin tomarse un descanso. A sus 46 años lleva 16 en Uterga y asume que todos los años son parecidos. "Ya sabemos lo que es: pasar frío, calor y de todo. Si te paras te quedas congelado. El otro día andaba un aire€ Y anoche nos pilló un hielo exagerado. Los plásticos estaban blancos, estaríamos a menos dos grados. Pero andábamos atareados para sacar el frío".

Su hijo, Juan Pedro, le acompaña en el campo desde los 13 años. Tiene 26. "Es duro pero si no hay barro y no llueve, además de pasar frío no se lleva mal. Lo peor es que te escurras o no puedas andar, todo lo que haces te cuesta el doble", confiesa. Hacen poca vida en el pueblo, "aquí hay poco rato libre", lamenta, y asegura que es un trabajo para el que hay que nacer: "Tienes que tenerlo en casa para que te guste, y si no lo vives no te gusta. Es muy duro pero también agradecido, sobre todo cuando recoges y llegas a casa con tu jornal".

Una vez recogidos se cortan para igualarlos.

Han venido también su hermana (Elisa, de 23 años) y su mujer (María Ángeles, de 26), que unos metros más adelante se encargan de sacar los espárragos de las cestas, ponerlos en cajas y pasarles la sierra para igualar "los culos" y que todos queden con la misma largura. A ellas les duele más la distancia que el peso: "Hay que dejarlo todo allí, en Andalucía, para venir aquí. Y no es fácil, son tres meses lejos de la familia. Es más duro eso que sacar adelante el trabajo".

Son tres familias las que se han trasladado a Uterga para trabajar esta temporada -algunas llevan 20 años viniendo- y viven en tres viviendas de las que disponen los propietarios de las tierras y en las que cada año les acomodan para que no les falte de nada. "La necesidad te hace venirte y no queda otra, tienes que adaptarte. Este año me he traído a los niños, iban a venir también el anterior pero con el Estado de Alarma no había colegio. Están nerviosos por hacer amigos pero los chiquillos de aquí son abiertos, lo están llevado muy bien", valora Cristina Gómez, todavía a oscuras, iluminada solo por la luz del frontal.

Diego Sánchez, de 36 años, lleva 25 con el espárrago.

Una vecina del pueblo, Juana, se encarga de acercar a los pequeños al autobús todas las mañanas para que vayan al colegio de Puente la Reina. Diego Sánchez, su marido, asegura que teniendo a la familia aquí le da igual estar todo el año. A sus 36, lleva 25 con el espárrago y asume que la recogida ha cambiado con el tiempo, "antes se cobraba menos aunque el precio también influye y ha ido para abajo".

RECOGIDA

Con mascarilla Cuando empieza a amanecer aprieta el frío, más que por la noche, y el silencio se va haciendo cada vez más pequeño. Se aleja mientras el cielo clarea y el piar de los pájaros trae a la esparraguera los sonidos propios del campo. Llegan con la luz, aunque a los temporer