En el País del Bidasoa, en todo Euskal Herria en general, las casas tienen su nombre que responde al menos a cuatro cuestiones conocidas: la pertenencia a determinada persona, que indican un uso antiguo, que se refieren a su situación geográfica y que reflejan condición de antigüedad, modernidad o calidad. Y es así por un sentido atávico o tradicional, que se sigue en la actualidad a veces incluso en inmuebles de varias viviendas.

Quizás sea por la creencia ancestral, tantas veces mencionada de que “todo lo que tiene nombre, existe” (Izena duenak izana ere badu) o, en el País Vasco francés y más breve, Izena badu, bada: si tiene nombre, es o existe, tiene vida o la ha tenido.

Pero, como se puede observar si se recorren los distintos pueblos, además de nombre no son pocos los casos en que las casas nos hablan y dicen cosas. Nos hablan de su historia, de sus vivencias (como seres que son, que existen) y de sus vicisitudes.

Lo que son

Así, en el curso del Bidasoa, río abajo, encontramos en Arizkun el palacio de Lamiarrita, en algún caso denominado Etxeberria, que enseña quien lo mandó construir, el fundador de Nuevo Baztan Juan de Goyeneche, tesorero “de la reyna” en 1713.

Y en la plaza del mismo pueblo, la Herriko Etxea o “casa del Concejo”, 25 años más tarde, en 1738, cuyos “interesados” (porcionistas, se decían) constan en escritura ante el escribano Echeberz (Juan de).

En Elizondo, encontramos la Herriko Etxea, levantada “por este pueblo” en 1829, y también al viejo molino, que se “reedificó” (luego hubo otro anterior) por los porcionistas en 1823 y que, como descubrió el historiador baztandarra Pedro Mari Esarte, fue propiedad de Pedro de Axular, autor de Gero y principe de la literatura vasca.

En Gartzain y su barrio de Ariztegi, fechada en 1783, nos dice la casa por “gracia que me hizo” (Me fecit gracia) de Nicolasa o Nicolás Landa. Tiene, como muchas otras, escudo de hidalguía colectiva de los baztandarras, y una placa del Sagrado Corazón según era costumbre en un tiempo.

Se sale del Valle de Baztan y en Malerreka, en Ituren, pueblo famoso por sus joaldunak (lo que usan o hacen sonar cencerros) y en plena calle mayor, no es necesario preguntar por el nombre de la casa porque ella misma nos lo dice: “Me llamo Recaldea”, y su construcción que data del año 1814.

Río abajo, en Bera, las casas que cuentan cosas son muy numerosas, un ejemplo la de Apezabayta reedificada el año 1833, y otras dos, Karnaxenea (en Alzate)? y Ezkerrenea (en Illekueta) con inscripciones que recuerdan el incendio de la villa de 1638. Decía Julio Caro Baroja: “...es característico de la zona vasca, en oposición a otras zonas fronterizas con ella, que cada casa tenga su nombre propio, como lo tiene el pueblo, desde la fecha de su fundación u otra remota”. Y cuentan cosas muy curiosas e interesantes.