- Cuenta que aprendió a jugar al ajedrez "viendo a los mayores en el Casino de Potasas. Yo era un crío: iba, miraba, y a base de mirar aprendí a mover las fichas, con ensayo-error. No es como ahora, que cualquier chaval quiere aprender algo y cuenta con un monitor preparado, que sabe y lo maneja", bromea. Alternaba los peones con el balonmano, formó parte del club de Beriáin, donde lleva toda la vida, y a sus 57 años este vecino lleva ya 25 enseñando a mover las piezas sobre el tablero. Su afición, para él, es su refugio: "64 casillas reglamentadas" que le ayudan a desconectar de todo, porque en ellas, reconoce, "todo está bajo control".

Miguel Ángel Serrano fue autodidacta, y explica que siempre lo ha sido porque asume que se trata de una afición que "me ha preocupado muchísimo y me ha obligado a indagar sobre la didáctica, la forma de enseñar también en otros países". Esas investigaciones le llevaron a tener claro que, más que la competición, le interesa sobre todo la educación, "es algo que funciona y además a los chavales les interesa. Porque aporta mucho a las habilidades intelectuales, a la socialización, desarrollan la memoria, la imaginación y la concentración". La enseñanza comenzó con sus hijas, cuando ellas tenían 6 años. "Yo sabía de las virtudes del ajedrez, así que me formé, ellas tenían que practicarlo sí o sí", ríe. Con sus títulos de monitor de base y superior, empezó a dar clases en el 95 en Beriáin, Noáin y alrededores y ha conseguido formar ya "una gran familia", reconoce, porque tiene alumnos que se le echan en brazos cuando le ven por la calle. A los que ahora, en estos tiempos difíciles, echa mucho de menos. Y que -seguro- también le añoran a él, "y eso que estás cuatro horas sentado delante de una persona, sin dirigirte la palabra apenas. Pero es curioso porque con el ajedrez se establece una relación, una amistad€ Va más allá", valora.

Cuenta con alumnos y alumnas de todas las edades, unos 30 o 40 cada año. "A final de curso hacemos pachangas entre nosotros, vienen todos los antiguos alumnos y también organizamos algún campeonato en el que participan todos, desde los más pequeños de 4 o 5 años hasta los de 60. Y es algo bonito, lo pasamos bien", explica. Pero el suyo, el ajedrez participativo, no es una afición al uso: "Me interesa más ayudarles a desarrollar sus habilidades. Tenemos también un grupo de alumnos con necesidades especiales, con hiperactividad o síndrome de down. Mi mujer, Marlene, es educadora y entre los dos enseñamos también habilidades psicomotrices e intelectuales, repaso del curso escolar, ejercicios de memoria y de concentración. Es mucho más que ajedrez". Para el calentamiento realizan un juego de memoria, lo mismo que quienes entrenan a fútbol comienzan con la carrera continua para preparar el cuerpo. "Ellos calientan el cerebro de cara al aprendizaje, y es interesante porque ves a chavales de cinco años con una gran habilidad, que ganan a otros de 12 o 14".

La pandemia ha obligado a cambiar la manera de hacer las clases, pero no todo son malas noticias: Serrano cuenta con una docena de alumnos, uno de ellos en París, gracias a la cercanía que permiten las redes. "Nosotros podemos seguir jugando a través de internet, obviamente no es lo mismo pero al menos podemos seguir haciendo lo que más nos gusta. Nos hemos concetado a través de la plataforma Zoom y en ningún momento hemos dejado las clases, para la gente que estaba en casa confinada ha sido una gozada, porque les ha dado mucha vidilla", cuenta el profesor, que trabaja en el Ayuntamiento de Beriáin.

En marzo celebraron un torneo internacional, con gente de aquí, de París y de Rumanía, y esta semana tienen un campeonato. Han creado un equipo de Beriáin a través de una plataforma, a nivel local, en el que participarán 12 alumnos suyos. Él, a cargo de la logística, ejerce de monitor, director de torneo y árbitro. Todo un maestro de ceremonias que reconoce que su afición también ayuda y sirve como una particular terapia en tiempos de covid.

Hasta que comenzó la pandemia practicaban en la Casa de Cultura de Beriáin, y siempre ha sido un grupo de unos diez alumnos y alumnas por clase, casi a la carta porque trabajan aspectos de desarrollo intelectual, que son generales para todos, y la técnica ajedrecística de manera más individual. "Les hago un test a principio de año, y el mismo al final, y hay mejoras en la memoria y la habilidad, en la capacidad visual", explica. Le dedica muchas horas a la semana a preparar clases, a investigar, a la didáctica que se lleva a cabo en otros países... "Y es un tiempo que está bien invertido".

La demanda, confiesa, ha crecido mucho en los últimos años. "El año pasado estuvimos 50 adultos y niños, que durante tantos años siendo una actividad peculiar siga habiendo interés creo que tiene mucho valor. Desde que cambiamos el aire hacia el ajedrez educativo, por encima de la competición, funciona bien porque el ajedrez, al fin y al cabo, es una escuela diaria: antes de hacer un movimiento tienes que valorar lo que te está pasando, ver tus opciones y elegir lo que vas a hacer. Y, luego, asumir esa responsabilidad. Es lo que practicas en cada partida y la vida funciona así. A los chavales les aporta responsabilidad además del respeto, que está por encima de todo. Si hay algo que me gusta del ajedrez es que a todos mis alumnos, cuando han ido a competir, siempre los han querido. Son unas excelentes personas, y eso es muy importante".