Los que se paren a escuchar las llamadas de los timbales y clarines de la mano de José Martín Razquin, Rubén Antón y Beñat Arce puede que, en un primer momento, no noten nada diferente pero, si se detienen brevemente, apreciarán un gran cambio. Y es que estos instrumentos han sido restaurados y replicados en el taller del luthier de Lodosa Daniel Laparra después de que el Ayuntamiento de Pamplona se pusiera en contacto con él.

A los timbales, que son barrocos y de tamaño algo más pequeños que los que se ven hoy en día, explica Laparra, les ha quitado la pintura vieja que tenían, les ha sacado los golpes debido al uso y paso del tiempo, y a uno de ellos le ha fabricado una pata. Además, ha repasado las roscas de los tensores y ha cambiado los parches que, comenta, “son de cabra navarra, de Urbasa concretamente”. El cobre que los recubre lo ha dejado y después los ha lacado para que ni se oscurezcan ni manchen.

Uno de ellos, insiste, es más agudo que el otro y, como curiosidad, aunque algunos instrumentos modernos también lo llevan, estos tienen dentro una campana, en el centro, para que el sonido se proyecte más.

Con esta acción, finaliza, “los timbales han alargado su vida útil pero lo ideal sería cambiarlos porque suenan bien pero se notan los destrozos y las diversas reparaciones”.

Sin embargo, lo que más trabajo y esfuerzo le ha costado a Daniel ha sido replicar los clarines que, explica, decidieron hacerlos nuevos porque los anteriores “sufrieron muchas restauraciones y reparaciones y, la última vez, incluso les añadieron pistones, algo que ahora he vuelto a quitar para volver a los originales”.

Esta ha sido la parte más artesanal, a la que más horas le ha dedicado, y es que, asegura, “hasta ahora no había hecho nada de cero pero he aprendido muchísimo, me ha servido de formación y, de hecho, quiero seguir por esta línea”. Tanto es así que se va a meter de lleno con una trompa natural.

Para la reproducción de estos instrumentos cogió las medidas de los originales y las modificó ligeramente jugando con los grosores para buscar otra tonalidad y “para que resultasen más cómodos para tocar y más brillantes para el oído”.

El proceso, cuenta, empezó con una plancha de chapa de entre 0,5 y 0,7 milímetros de grosor. “Para hacer los tubos, a la hora de cortarlos, fue básico tener en cuenta que son cónicos, así que había que tener cuidado y medirlos bien para que hubiese una parte más ancha y otra más estrecha que, al final, debían coincidir. Después les di forma con la mano y golpeándolos con una madera y con un martillo de cuero, y después los soldé”.

Acto seguido, insiste, le dio forma cilíndrica a la chapa con los rodillos y fue quitando todas las arrugas. Una vez listos los llenó con plomo, al tiempo los vacío y pulió, limpió y retocó.

Cada clarín, desvela Laparra, está compuesto por 10 piezas que después tuvo que ensamblar (solo compró aparte la campana) y, además, las boquillas, que son de trompeta, las aportan los propios músicos.