El huerto comunitario Piparrika de la calle Jarauta, en el barrio pamplonés del Casco Viejo, dio la bienvenida a la primavera un año más el domingo 27 de marzo con un auzolan multitudinario para retirar el cultivo de invierno y comenzar a plantar el de primavera.

En colaboración con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y acompañados por un buen tiempo primaveral de lo más oportuno, el huerto urbano celebró con alegría el cambio de estación.

"Hoy vamos a poner cebolla, lechuga, patata y también algunas flores", explicó Iñaki García, uno de los participantes del auzolan. También habló del proceso que siguen para hacer su propio compost y abonar así la huerta y del semillero que mantienen para intentar comprar lo menos posible. De cara al siguiente auzolan, contó que pondrán "más cultivos de primavera y verano".

Personas del CEAR trabajan en los bancales de la huerta preparando la tierra para las plantas nuevas.

Con siete años de trayectoria a sus espaldas, el huerto es hoy un punto de encuentro para el barrio, una plaza que aúna valores como sostenibilidad, ecologismo, integración, empoderamiento femenino, inclusión y comunidad y que recoge muchos otros proyectos.

Tras reunirse un grupo de vecinos en 2015 con afán de hacer vida comunitaria, el huerto ha sido durante estos años una forma de aportar vitalidad y luz al barrio, que se encuentra en una de las zonas menos cuidadas y más dejadas del Casco Viejo. "Queremos crear un barrio comunitario que esté junto y se apoye", expresó Dani Beaumont, uno de los vecinos que participa en la huerta desde sus inicios.

Además, Piparrika se extiende en forma de red para conectarse y trabajar en colaboración con todos los colectivos del Casco. La plaza es un espacio abierto que acoge todo tipo de proyectos sociales además de la huerta. Al año pasan por ella aproximadamente 40 organizaciones, entre ellas CEAR, con la que personas refugiadas vienen a ayudar en la huerta como una forma de integración desde hace años.

Se hicieron también labores de limpieza y recogida.

La Asociación de Personas Sordas de Navarra celebró dos veces el Día de las Lenguas de Señas en Piparrika, y la Asociación Síndrome de Down de Navarra lleva dos años yendo los martes por la mañana a colaborar en el huerto. La plaza comunitaria también participó en la red de apoyo durante el confinamiento, se imparten en ella clases de castellano a los migrantes y se organizan reuniones entre los vecinos.

A pesar de recibir alguna ayuda del Ayuntamiento, Piparrika se enorgullece de ser mayoritariamente autogestionada. El huerto comunitario se trabaja por medio de auzolanes vecinales abiertos a quien quiera participar, con el objetivo de que las personas "lo sientan suyo", como explicó Beaumont. "Si la gente trabaja en él, lo cuida, y por parte de los vecinos se cuida mucho más que cualquier otra plaza, porque está hecha por ellos y la sienten suya", añadió.

Además de hortalizas se plantaron también algunas flores.

Pero Piparrika pretende estar abierta a cualquier persona que quiera unirse al proyecto. "Queremos que la gente venga a la huerta, se integre y consiga su propia comida, y así consiguen también algo aún mejor: una red social en el barrio", contó Beaumont.

Además, se hace un bien social cuidando la plaza, que unos años atrás no era más que un patio lleno de hierba y escombros al que ni los vecinos podían acceder. "Tenía una puerta metálica que cerraba la plaza y era un rincón gris donde la gente meaba en la esquina", recordó Beaumont. Ahora, en cambio, es un espacio cuidado, una plaza del pueblo que comparte unos valores y permite integrarse en el barrio a todo aquel que lo desee, además de fomentar la relación entre los vecinos. "Hay gente que pasó por aquí con CEAR y se quedó", relató Beaumont.

Piparrika plantó en su huerto urbano lechugas, cebollas, patatas y flores.

Es el caso de Jenny Hernández, originaria de Venezuela, que lleva casi cuatro años de voluntaria en Piparrika. Llegó a través de un programa de refugiados de CEAR para quedarse, y ahora viene eventualmente a participar. En el auzolan fue la encargada de preparar arepas para la comida.

"Me han acogido muy bien; el duelo de haber dejado tu país y tus raíces no se supera fácilmente, y la adaptación es muy importante", contó Hernández. "La huerta me ha aportado compañerismo, aprendizaje y conocer más la cultura de aquí, pero sobre todo la calidad humana que tienen", añadió. Para ella, trabajar como voluntaria es su forma de agradecer ese cariño que le han brindado en estos cuatro años. De la misma forma en que comenzó ella, en el auzolan participaron plantando, limpiando y trabajando la tierra una quincena de refugiados sirios, afganos, egipcios y venezolanos, entre otros.

Los participantes prepararon la tierra y plantaron cultivos de primavera.

Piparrika también acoge a la gente joven que llega de otros lugares. Marta Sánchez, murciana que vive en Pamplona, también se acercó a ayudar. "Solemos pasar por aquí y nos mola mucho todo el ambiente y la participación que hay", contó. "Hay muy buen ambiente de comunidad en comparación con otros sitios donde he vivido, todos los movimientos están en comunicación y hay conexión social por todas partes", afirmó.

Además, desde Piparrika se quiere ahondar en la historia de la ciudad y, al tratarse de una zona arqueológicamente protegida, se busca estudiar la historia y reconstruir el pasado de la plaza con proyectos como la recuperación de pozos o una cata arqueológica.