- Cómo cada 28 de diciembre, José Mari Ustarroz, los hermanos Miguel Ángel y Mariano Zubiria así como Julián Etxeberria y Patxi Betelu, los monaguillos zaharrak de Don Inocencio Ayerbe, recordarán hoy a quién fuera capellán de San Miguel de Aralar durante 56 años. Celebraban su cumpleaños con él en vida y lo siguen haciendo desde su fallecimiento en 2001. Los cinco y algunos amigos más volverán a reunirse a las 12.00 horas en una misa en el monasterio de Zamartze, en Uharte Arakil, localidad en la que don Inocencio nació en 1912 y fue ordenado sacerdote en 1936. Tras ejercer como párroco en Urdiain y en Luzaide/Valcarlos, en 1945 fue nombrado capellán de Aralar. Allí permaneció hasta su muerte.

Procedentes de Uharte Arakil y Urdiain, los cinco llegaron a San Miguel cuando eran niños para ayudar en el santuario, una etapa de su vida que les marcó para siempre. Aunque cada uno siguió su camino, todos casados, han mantenido su vínculo con el ángel de Aralar. No en vano, cuando dejó de haber monaguillos, por turnos, continuaron asistiendo en las misas a don Inocencio y también a los capellanes que han llegado después. Y piensan seguir haciéndolo hasta que les acompañen las fuerzas.

El más veterano es José Mari Ustarroz, que llegó en 1951 con 11 años. Estuvo en Aralar hasta los 18. Entonces bajó a su pueblo, Uharte Arakil para trabajar en una empresa de metalurgia, la misma en la que se jubiló 45 años después. "Don Inocencio le propuso a mi padre que fuera de monaguillo. Pensaron que iba a estar bien alimentado y bien educado", recuerda José Mari Ustarroz. Y es que su familia, represaliada por el régimen, padeció muchas penurias. "Don Inocencio nos dio cultura. Era un hombre muy abierto. Iba cien años por delante a los de su época", destaca este uhartearra, presidente de la Cofradía de San Miguel. "Nos transmitió una forma de ser y actuar, de trabajo y honestidad además de una actitud, de estar abiertos a la cultura y a los avances", abunda.

"Don Inocencio era un elemento. Era un hombre muy avanzado", coincide Julián Etxeberria, de Urdiain, que llegó quince días más tarde que José Mari Ustarroz con nueve años recién cumplidos. "Fuimos en mulo, delante don Inocencio y yo detrás. No sabía qué me esperaba pero iba contento", recuerda. Permaneció en San Miguel hasta los 16 años. "No había tiempo de aburrirse. Éramos como una familia. En invierno jugábamos a cartas, leíamos, trabajábamos y en invierno salíamos a esquiar y a jugar. Don Inocencio también nos dio una educación. Sabía tratar a los chavales", destaca. "En verano pasaba mucha gente y ayudábamos en el bar. Había otra cultura", observa. "Bajaba a Urdiain dos veces al año, una semana en fiestas y otra en Navidad pero no tenía añoranza del pueblo. En San Miguel había mucha vida", asegura.

Mariano y Miguel Ángel Zubiria, también de Urdiain, fueron los últimos monaguillos que vivieron de seguido en San Miguel. "En una ocasión estuve 12 meses sin bajar", recuerda el menor de los hermanos. Ambos llegaron con 9 años, en 1958 y 1960 respectivamente y se fueron a la vez, en 1974. "Recuerdo aquellos años en San Miguel como los más ricos y felices de mi vida", asegura Miguel Ángel Zubiria. La mayor parte del verano la pasaban asistiendo en misa, atendiendo en el bar y en la hospedería. De octubre a mayo se dedicaban más al estudio. "Don Inocencio nos enseñaba de todo, incluso solfeo y a tocar el órgano. Era una vida muy rica en muchos sentidos a pesar de la soledad", comenta.

"Todo lo bueno y lo malo que soy se lo debo a San Miguel. Don Inocencio nos guió en un plan de vida. Era nuestro maestro, padre, amigo, consultor... Era todo", cuenta Mariano Zubiria. "Ahora con la perspectiva que dan los años y de vuelta en la vida, no me pena", asegura. Es más, echando la vista atrás señala que fueron años felices. "Los inviernos eran largos y a veces nos quedábamos incomunicados, no echábamos en falta nada. Vivíamos felices, con nuestros ratos de diversión", apunta. Del legado que le transmitió el capellán destaca la tolerancia. "Iba gente de diferentes puntos de vista pero se hablaba a todos. Nos transmitió el respeto a las ideas del prójimo, que tiene sus razones para pensar diferente", explica.

El quinto monaguillo zaharra es Patxi Betelu, sobrino de don Inocencio. Hijo de su hermana Dolores, nació en Zamartze hace 70 años, monasterio vinculado a San Miguel. Cuando ya tenía una edad para ser monaguillo, con 7-8 años comenzó a subir en verano a San Miguel para ayudar en las misas y también en el bar. De aquellos años recuerda sobre todo que San Miguel de Aralar era un lugar de acogida para todas las personas. También del amor que les transmitió don Inocencio a Euskal Herria y sus tradiciones, en especial al euskera y a la naturaleza.