La vida continúa y hay que superar algunas etapas", aseguraba Arkaitz Ortiz, uno de los supervivientes del accidente ferroviario de Uharte Arakil, 25 años después de aquella tragedia en la que dejaron su vida 18 personas y 115 resultaron heridas. Era el 31 de marzo de 1997, lunes de Pascua, cuando el tren que cubría el trayecto Barcelona-Hendaya con 248 pasajeros a bordo descarriló a las 19.41 horas en la estación de esta localidad de Sakana. El intercity Miguel de Unamuno circulaba a 137 kilómetros por hora en un tramo en el que debía ir a 30 por un cambio de agujas inesperado. El siguiente domingo, familiares y vecinos de Uharte Arakil, después de una misa en la parroquia, volvieron a recordarles junto al monolito que el Ayuntamiento erigió en su memoria.

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Recuerdo y emoción en Uharte Arakil

Arkaitz, que entonces tenía 17 años, viajaba en el segundo vagón junto con un grupo de amigos. Dos perdieron la vida. Volvían de disfrutar de las vacaciones de Semana Santa en la casa familiar de Artajona y cogieron el tren en Tafalla destino Zumarraga, un trayecto corto se convirtió en un infierno en el camino al entrar en la vía secundaria, con un fuerte traqueteo antes de descarrilar el tren. "El tercer vagón se montó encima", recordaba. Una de las ruedas del convoy entró por una de las ventanas y le desgarró el brazo. "Esa imagen de la rueda viniendo hacia mí jamás la podré olvidar", observó. No obstante, señalaba que no sentía dolor y que cogió el brazo que le colgaba y se lo echó al hombro. "Vi un agujero y pensé que tenía que salir. Lo siguiente que recuerdo es que estaba fuera. Pero entre ambos momentos no me acuerdo de nada. Después me dijeron que estuve ayudando a sacar gente".

A diferencia de otras personas que no quieren hablar de lo que vivieron aquel día, Arkaitz se muestra dispuesto a contar su vivencia. "Recuerdo todo. Desde el principio asumí que tenía que acostumbrarme a vivir con ello. En Uharte Arakil volví a nacer", aseguraba.

De las 18 personas fallecidas, 10 eran de Gipuzkoa, 6 de Navarra y 2 de Zaragoza. Entre las víctimas guipuzcoanas, 8 eran jóvenes de entre 16 y 19 años. Dicen que no hay pérdida más dolorosa que la de un hijo, una dura experiencia que les ha tocado vivir a Esther González y Josu Elgarresta, los padres de Igor, un joven de 16 años de Zumarraga. "Es algo que no se supera", lamentaba esta madre después del sencillo y emotivo homenaje. "Procurábamos venir siempre que podíamos pero estos últimos años no acudimos porque pensamos que había que pasar página. Veníamos enotras fechas", contaba.Aquella tragedia también estableció lazos de amistad entre familias, sobre todo entre los padres y madres de los jóvenes, y también con vecinos de Uharte Arakil. "Estamos muy agradecidos de cómo se portó el pueblo", incidió esta madre.

El pueblo de Uharte Arakil se volcó con los viajeros y las familias

Lo cierto es que el pueblo de Uharte Arakil se volcó en ayudar a las personas que viajaban en aquel tren y a sus familiares. "De aquellos momentos mejor quedarse con los buenos", señalaba José Miguel Fernandino, entonces alcalde de Uharte Arakil. "Es algo que no se puede olvidar pero destacaría la buena actitud de los vecinos, que dieron el callo. Se hizo todo lo que se pudo hacer".

Uno de los primeros en llegar al lugar del accidente fue José Félix Beregaña. Aquel 31 de marzo, con una tarde primaveral del último día de las vacaciones de Pascua, pasaba el rato con sus amigos en la plaza, cuando llegó otro vecino en bici y les dijo que acababa de ver descarrillar el tren. "Al principios pensábamos que era una broma pero estaba muy apurado", recuerda. Así corrieron hacia la estación. Allí pudieron comprobar que era verdad, que el tren se había quebrado y que aquello era un infierno.

"Los primeros 10 segundos te quedas en shock pero enseguida te sobrepones. Todavía me sorprende la capacidad que tuvimos todos los que estuvimos allí, de poder enfrentarnos a aquel trágico escenario y poder dar lo mejor de nosotros mismos", destacaba. Lo cierto es que se siente orgulloso de su pueblo. "Fue una tragedia, algo más bien para no recordar. Pero me quedo con lo positivo, toda la gente del pueblo se volcó", incidía. Y es que mientras algunos estuvieron en primera línea, rescatando a las personas del interior de los vagones; otros vecinos y vecinas acudieron con mantas y comida al lugar y abrieron sus casas para arropar a los viajeros y familiares en aquellos duros momentos. "Había mucha necesidad de comunicarse, de llamar a casa para decir que estoy bien. Entonces apenas había móviles y la gente iba a llamar a las casas", observó.

Beregaña y sus amigos llegaron pocos minutos después de accidente. "No tardamos más de 5-7 minutos. Llegamos casi a la vez que la primera ambulancia y otro par de grupos". Lo cierto es que pronto se comenzó a correr la voz por Uharte Arakil. "La locomotora y el primer vagón, que siguieron rectos, estaban más adelante y había dos vagones volcados del que se asomaba gente y gritaba. También había gente que deambulaba buscando a sus familiares o amigos. Había mucha incertidumbre", recordaba.

Alguien, con buen criterio, pensó que lo más urgente era apuntalar los vagones para evitar más desgracias y acudieron al almacén de Laneko para coger barras de hierro y trozos de madera para afianzarlas, escaleras y cualquier otra herramienta que pudiera servir. Al almacén de esta empresa también se llevaron los primeros cadáveres. Una vez asegurados los vagones, entraron en su interior. "Era algo fuera de lo imaginable. Ni la peor película. Había maletas y cosas tiradas por todos los lados, con personas debajo, y otras atrapadas en amasijos de hierros", recordaba sin querer entrar en detalles de lo que vio aquel día. "Vimos morir a personas. Yo había sido socorrista en las piscinas y hacía lo que podía. También había gente del tren que ayudaba".

Entre tanto, comenzaron a llegar más ambulancias y más personas voluntarias así como la Policía Foral y la Guardia Civil, que acordonaron la zona. "Se cortó la autovía en sentido Vitoria para el helicóptero", apuntaba Beregaña. Así, era un intenso ir y venir por la cuesta donde estaban los vagones, entonces llena de maleza que pronto se aplastó por el paso de voluntarios. Desde entonces, la zona se mantiene limpia y al final de la cuesta está el monolito que recuerda aquella tragedia.

Esta tragedia se hubiera evitado de haber contado con sistemas de seguridad ASFA (Anuncio de Señales y Frenado Automático), implantado entonces en trenes más modernos, que frena el tren ante una señal de advertencia en la vía, incluso en el caso de que el maquinista no perciba la orden de parar el tren o reducir la velocidad. A raíz del accidente, se instaló este sistema en el tramo que unía Pamplona con Altsasu, fruto de una enmienda a los Presupuestos Generales del Estado para 1998 presentada por IU.

El asunto fue resuelto judicialmente con las condenas al maquinista y su auxiliar en el Juzgado de lo Penal número uno de Pamplona, que impuso al primero, la pena dos años y medio de prisión como autor de dieciocho delitos de homicidio por imprudencia, 80 delitos de lesiones por imprudencia grave y cuatro faltas de lesiones. No obstante, la condena no conllevó su encarcelamiento debido a la solicitud de indulto tramitada de oficio por el propio juzgado. El auxiliar, por su parte, fue condenado en primera instancia al pago de una multa de 120.000 pesetas, la cual fue sustituida en apelación por una pena de prisión mínima, que tampoco supuso entrada en prisión