Dentro de un mes se cumplirán los 66 años de uno de los incendios que más han conmocionado a la ciudad y que, al mismo tiempo, más la unió, el de la Azucarera de Tudela, que ocurrió entre el 10 y el 14 de febrero de 1956, uno de los febrero más gélidos que se recuerdan en la capital ribera. Esta empresa, motor económico que a principios del siglo XX llevó a la ciudad hasta la modernidad de la revolución industrial introduciendo también el concepto de proletario en la Ribera, sufrió un incendio devastador que de haber contado con el esfuerzo de cinco parques de bomberos, todos los trabajadores y buena parte de los vecinos hubiera acabado con ella. La vecina de Tudela Nuria Ibáñez, en una entrevista del Archivo Municipal, recuerda aquel mes de febrero con temperaturas bajo cero cómo “venían bomberos de Logroño en coches descubiertos y les teníamos que echar agua caliente con las mangueras. Se quedaban sentados y no podían ni incorporarse”.

Según narra la periodista Inma Audera en su libro La Azucarera de Tudela no era el primer incendio que se declaraba en la Azucarera. La madrugada del 28 de agosto de 1912 hubo otro demoledor que costó 15 días apagarlo por lo sumamente inflamable de la pulpa que se guardaba en almacenes y por los productos químicos.

Sin embargo el de 1956 fue quizás menor pero más dramático por las condiciones en que debieron de trabajar.

El inicio

Las llamas se iniciaron al mediodía del 10 de febrero de 1956, entre las 2 y las 3, también en los almacenes de pulpa, situado a la entrada de la fábrica y pegado al camino de Mosquera. La Voz de la Ribera narraba entonces que algunos de los obreros de la Azucarera se dieron cuenta cómo “del tejado del almacén de pulpa, situado a la entrada de la fábrica y lindante con el camino de Mosquera salía un denso humo, acompañado inmediatamente de grandes llamaradas. El persistente y fuerte viento que soplaba en dirección a las naves de fabricación de azúcar, situadas a pocos metros, hizo temer en la “propagación del incendio, por lo que todos los elementos disponibles en la fábrica bajo las órdenes de su director, don Alfonso Elías de Molins, pretendieron atajar el fuego, imposible de dominar por el incremento adquirido en pocos momentos a causa del viento y de la cantidad de pulpa acumulada en el almacén presa fácil de las llamas”. La campana del Ayuntamiento de Tudela, que entonces presidía Daniel Solano, comenzó a sonar con los tres toques característicos para avisar a los más de 15.000 habitantes que tenía Tudela y muchos respondieron a la llamada.

Vistas las proporciones que alcanzaba el siniestro, se avisó a Pamplona, Logroño. Tarazona, Alfaro, Calahorra y Zaragoza, que enviaron sus bomberos, a excepción de Zaragoza que estaban haciendo frente a otro incendio. Como contaba al Archivo Municipal la tudelana Nuria Ibáñez, papel destacado tuvieron los de Logroño. La prensa local narraba días después cómo llegaron “en condiciones verdaderamente heroicas, como los bomberos de Logroño, que hicieron el viaje desde aquella capital sentados al aire libre, en los bancos laterales del coche de incendios. ¡Noventa kilómetros en esas condiciones, y a 8 grados bajo cero!”.

Conforme avanzaba la tarde y se acercaba la noche las temperaturas fueron bajando hasta los 9 grados bajo cero. El papel de las mujeres, madres e hijas de los trabajadores fue fundamental porque se dedicaron a preparar comida y ropa de abrigo, como pasamontañas, guantes, abrigos, mantas o bufadas, para que los trabajadores y los bomberos pudieran luchar contra las llamas. “No faltaron en ningún momento las cajas de coñac, absolutamente necesario para poder aguantar en aquellas condiciones”, destaca la prensa.

Colaboración

Nuria Ibáñez recuerda cómo, “estuve con una máquina de coser cosiendo guantes de lona para quienes apagaban el fuego. Mi padre, que era el responsable de la alcoholera nos decía lo peligroso que era porque estaban los depósitos llenos de alcohol”. De haber prendido, aún hoy se estaría hablando de víctimas y daños muchos mayores en la que era mayor empresa de la ciudad.

Las condiciones eran terribles. De las 15 bombas que había para el agua sólo 5 funcionaban porque el agua se helaba al circular por las gomas. A los casi 10 grados bajo cero se seguía uniendo un fuerte viento gélido que hacía casi imposible el trabajar, como retrataba la prensa pocos días después, “los hombres tenían que ser relevados constantemente, helados y asfixiados al mismo tiempo por el humo que salía de la inmensa hoguera formada por los miles de sacos de pulpa ardiendo. Las bombas que iban llegando no podían ser puestas en funcionamiento, porque los motores se habían helado. Hubo que encender la fragua de la fábrica para calentarlas previamente y alguna tardó tres horas en poder estar en condiciones de funcionar”.

El espectáculo era dantesco, el agua que escurría de las bombas y mangueras se helaba inmediatamente, dificultando su funcionamiento, los chorros de agua que caían sobre el incendio se convertían en cortinas de hielo por las paredes y los sacos que no ardían no se podían retirar porque el hielo depositado sobre ellos hacia que de tener 40 kilos, pesaran cerca de 400 kilos.

Al mismo tiempo se montó un servicio extraordinario de enfermería, atendido por los doctores Avensa, Irízar, Bastardes y Font y los practicantes Torroba y Vizcarra, que no daban a basto para reanimar a los que se iban relevando en el trabajo. También se organizó en el taller de Calderería una cocina-comedor que, por turnos, suministraba comida y café calientes durante toda la noche. “Puede dar una idea de lo que se vivió el hecho de que un trabajador tuvo que ser trasladado a la enfermería sin poder hablar, porque una capa de hielo, que hubo que romperle, le cubría las mandíbulas”.

De madrugada las paredes del almacén se cayeron lo que hizo más sencillo los trabajos. El segundo día acudieron también a ayudar los soldados de Aviación de Ablitas y Bardenas y los militares del Cuartel de Sementales y Guardia Civil. Hubo que desalojar la casa del portero de la fábrica, y también quedó destruida la instalación eléctrica de la fábrica, por lo que hubo de crearse una supletoria.

Cuatro días después de su inicio, el 14 de febrero se consiguió apagar. Habían ardido más de 60.000 sacos de 40 kilos de pulpa, ya que los almacenes estaban llenos ya que se acababa de terminar la campaña. La valoración de las pérdidas se estimó en unos 4 millones de pesetas de la época.