Panza de burro

Fue el primer libro que editó la periodista y escritora Sabina Urraca, no sin antes mostrar sus dudas y algunas cuestiones personales. “Reconozco que, al principio, cuando ‘Panza de burro’ solo había crecido unos capitulitos, pensé que sería una novela sencilla y hermosa que abriría un hachazo en esa tela de invernadero que parecía ocultar un imaginario y un mundo que debían ser mostrados. Más adelante, la grandeza del libro, la inteligencia y el salvajismo de Andrea, su pulso poético y su falta total de miedo hicieron trizas la rafia, y quedó a la vista una plantación intrincada, dolorosa, inmensa, nada sencilla. Hice la primera edición en un salón de Lisboa, y creo que fue allí cuando me di cuenta de que el libro era mucho más grande de lo que imaginé. También, y esto es importante, sentí envidia. Una envidia por la imposibilidad de escribir yo algo así”.

Desde su publicación en 2020, ‘Panza de Burro’ (Editorial Barrett), de la canaria Andrea Abreu, ha vendido 45.000 ejemplares. Es un pequeño fenómeno de ventas y también una exquisita rareza traducida a una decena de idiomas. Cuenta el abrupto despertar adolescente y el fin de la inocencia de dos amigas de 10 años en un pueblo al norte de Tenerife donde nació y creció la autora, en una realidad muy distinta al habitual paraíso de sol y playa con el que relacionamos la isla. Hay un pedazo importante de Abreu en esta transición compleja y llena de aristas que se produce entre la edad infantil y la adolescencia. Catalogada por su editora como “literatura millenial canaria”, la novela fue seleccionada como mejor debut español en 2021 por el Festival de primera novela de Chambéry, en Francia, y se llevó el XVI Premio Dulce Chacón.

La también periodista y escritora canaria echa la mirada atrás en su localidad natal, Icod de los Vinos. Se detiene en 2005. Lo que iba a ser un cuento de poemas sobre las relaciones afectivo-sexuales de dos preadolescentes, pasó a ser un primer borrador escrito en prosa al que llamó ‘Mejores amigas’. Abreu había conocido a Sabina Urraca en un curso de escritura donde ya apareció la génesis de un libro escrito sin pelos en la lengua, rico en el uso de localismos no recogidos en el diccionario canario y que da a conocer la realidad rural de la región, un territorio apenas explorado en la literatura española. Desechado el título inicial, Abreu optó por incluir una expresión regional, panza de burro; el término alude al cielo nublado o mar de nubes que puede verse en Las Palmas de Gran Canaria durante muchos días del verano.

Tres ataúdes blancos

Arquitecto de formación, Antonio Ungar (Bolivia, 1974) ha vivido en Mánchester, en la selva colombiana, en Palestina y en Barcelona, entre 1999 y 2004, donde tuvo todo tipo de trabajos precarios. Por regla general, el narrador y cronista -sus textos aparecen regularmente en revistas de Alemania, Holanda y Estados Unidos- mira a su región natal utilizando para ello géneros y métodos dispares. En su último libro, ‘Eva y las fieras’ (Anagrana, 2022), se vale de unos hechos reales ocurridos en la sangrienta Colombia de los años 90 por los enfrentamientos entre paramilitares, militares y guerrillas.

Ungar salió del anonimato con una sátira política latinoamericana hace más de 10 años. ‘Tres ataúdes blancos’ le dio la fama y le valió el 28º Premio Herralde de novela, en 2010, dotado con 18.000 euros. Hasta entonces, el escritor era prácticamente un desconocido de la literatura en castellano. Sus cuentos se habían publicado en varias antologías y ya había hecho sus pinitos novelísticos con las obras ‘Zanahorias voladoras’ y ‘Las orejas del lobo’. Finalista asimismo del Premio Rómulo Gallegos en 2011, ‘Tres ataúdes blancos’ fue recibido con los brazos abiertos por una crítica que acogió con entusiasmo el humor negro y un ritmo sostenido. Aunque más adelante ha modulado su opinión sobre García Márquez, Ungar sostenía que el padre del realismo mágico le quedaba muy lejos y que lo leía “como a un autor clásico del siglo XIX que está muerto”.

Un lugar llamado Miranda y que aglutina los males endémicos de algunos países latinoamericanos, especialmente los de Colombia, se convierte en el escenario de la historia. Estamos ante un thriller atípico en el que un introvertido protagonista, antisocial y esquivo que solo se relaciona por internet es forzado, por un error, a suplantar la identidad del líder del partido político de la oposición. A partir de este momento, vivirá todo tipo de aventuras excéntricas para derrocar una dictadura que quiere acabar con su existencia.

En paralelo, se desarrolla otra trama relativa a un amor imposible. “No he inventado nada”, dijo Ungar tras recibir el Premio Herralde. “He copiado de la realidad. Es tan desbordante lo que sucede en Colombia, pasan cosas tan terribles y atroces que superan la literatura. Podría ser una novela de dictador, ahora los presidentes son elegidos democráticamente, aunque detrás de ellos esté la guerra”.

Itzuen gordelekuetan barrena

Hay un Joseba Sarrionandia antes y después del exilio. A la primera etapa del escritor, traductor, miembro de Euskaltzaindia y ex militante de ETA pertenecen ‘Izuen gordelekuetan barrena’ o ‘Ni ez naiz hemengoa’. Con el primero ganó el Premio Resurrección María de Azkue de poesía, distinción que le pilló en prisión cuando tenía 22 años. A ‘Sarri’ le impusieron una pena de más de veinte años por pertenencia banda armada, de los cuales solo pasó cinco: su fuga de la cárcel de Martutene el día de San Fermín de 1985 adquirió tintes épicos al esconderse en los bafles de un concierto del cantante Imanol Larzabal. Fermín Muguruza y Josu Landa reflejaron la huida en la bailonga canción de Kortatu (‘Sarri Sarri’), uno de los emblemas del grupo.

La creación literaria de este sociólogo y filólogo que pasó 36 años fuera de Euskadi -regresó a Durango, su localidad natal, en abril del año pasado- ha sido ingente. ‘Izuen gordelekuetan barrena’ fue su ópera prima, pero Sarrionandia ya era una figura destacada en el panorama literario vasco de finales de los 70 y principios 80. Firma habitual en publicaciones como ‘Zeruko Argia’ y ‘Jakin’, formaba parte de una especie de star-system vasco que se aglutinaba alrededor de Pott Banda y en el que estaban Bernardo Atxaga, Jon Juaristi, Manu Erzilla, Joxemari Iturralde y Ruper Ordorika.

En este contexto llegó su debut, que no pasó desapercibido. Reeditado en 2014 por la editorial Txalaparta, escribió el célebre prólogo en la cárcel de Carabanchel el 15 de febrero de 1981. Los poemas fueron concebidos en otoño de 1980, entre los meses de septiembre y octubre. A la larga, la obra ha tenido un gran peso en su carrera, pero un joven Sarrionandia mostraba sus “dudas” en la introducción y se decantaba abiertamente por el género de la narrativa, donde reconoce sentirse más cómodo.

Tres son los aspectos más reseñables del libro: sus constantes referencias literarias, la cotidianidad de unos versos basados en la vida corriente y el constante eco del colectivo Pott Banda, que se nutría de Pessoa y Dylan Thomas, así como de otros grandes escritores del siglo XIX y XX (Edgar Allan Poe, Herman Melville, Joseph Conrad), todos ellos piezas claves en el universo del escritor vasco. El primer poema, ‘Bitakora kaiera’ (Cuaderno de bitácora), es quizás el pasaje más conocido; marcó a una generación entera de poetas vascos, que lo hicieron suyo convirtiéndolo en un manifiesto.

Memorias de una vaca

Su nombre real es Joseba Irazu Garmendia, pero todo el mundo lo conoce como Bernardo Atxaga. A su pesar, ha marcado un antes y después en la literatura vasca. Aparcó la novela tras la publicación hace tres años de ‘Casas y tumbas’ (Pamiela, 2019) y el escritor de Asteasu, a sus 70 años, desarrolla su creatividad literaria de diversas maneras; ya sea con colaboraciones esporádicas en recitales junto a músicos reputados (Ruper Ordorika, Mikel Azpiroz) o con la reciente ‘Desde el otro lado’, cuatro relatos inéditos en castellano que tienen su origen en los años 80, o lo que es lo mismo en el caso de Atxaga, con Obaba.

‘Memorias de una vaca’ surgió de hecho tras la fenomenal resaca de su obra mayor, ‘Obabakoak’, que recibió un aluvión de premios gordos entre los que se encuentran el Premio Euskadi, el Premio Nacional de Narrativa o haber sido finalista de los Premios Europeos de Literatura. Publicada en 1991 y titulada en euskera como ‘Behi euskaldun baten memoriak’, Atxaga se alejaba rápidamente de su predecesor en extensión -es una novela corta-, destinario -iba dirigida a un público infantil- y hasta espíritu. La periodista de The Guardian, Julia Eccleshare, incluyó el librito en su afamada selección de ‘1001 libros infantiles que hay que leer antes de crecer’, al lado de otros escritores y autores de renombre internacional como Roald Dahl, Isabel Allende, Italo Calvino, Louisa May Alcott, C. S. Lewis o Astrid Lindgren.

Atxaga siempre le ha guardado especial cariño, tal vez por un registro que apenas ha cultivado en su trayectoria: el humor. Con motivo de su nueva publicación de cuentos, el escritor de Asteasu se ha retrotraído a los tiempos felices de ‘Memorias de una vaca’, una rareza que abordó en pleno éxtasis creativo. Tardó tres semanas en completar el texto y lo escribió a mano un verano en París. “Nunca he vuelto a escribir nada en ese tiempo, ni siquiera relatos más cortos. Tiene muchas referencias de París, como los anuncios de la marca de quesitos ‘La vache qui rit’ que inundaban entonces las calles de la ciudad. Como lo hice a mano solo tenía un original y me entró pavor de perderlo, así que me fui a un comercio con fotocopiadoras y allí me esperé a que, delante de mí, me hicieran las copias”.

En este relato infantil, la vaca Mo tratará de convencer a su amiga de que no tiene un pelo de tonto y querrá escapar del destino al que son sometidos todos sus semejantes. ¿Será capaz de lograr su objetivo? ¿Se alejará del resto de reses o su vida ya está condenada de antemano? Seleccionada por la IBBY (International Board on Books for Young People), figura en su lista de honor desde 1994.