Fue Halloween. Cuando no tenía hijo no celebraba Halloween, ahora que lo tengo compro gominolas por si vienen los niños y niñas del portal y acompaño a mi hijo por ahí y me lo paso bien viendo cómo se lo pasa bien. Veo que la fiesta que se monta acaba siendo una excusa para pasárselo bien y al final a estas alturas de la vida y con la que cae desde hace años me silba los cojones qué excusas utilizan unos y otros para pasar un rato agradable. Sí, es posible que se hayan dejado de celebrar muchas tradiciones propias en detrimento de celebraciones ajenas, pero es que si nosotros mismos no somos capaces de mantener las tradiciones propias –algunas se mantienen, por suerte– la culpa no es la de las ajenas. Si llega algo de fuera que es divertido y que a la chavalería le gusta va a acabar triunfando. Nos pasa a los mayores con Twitter, Facebook, Instagram, Tik Tok, Apple, Mac, Netflix, Amazon, Nokia y una lista de aquí a la luna de aparatos e inventos anglosajones, como anglosajona es mucha de la música que escuchamos o muchas películas o series o literatura. Vivimos perfectamente invadidos –para bien y para mal– por esa cultura, mucho más que por ninguna otra, con lo cual me siguen resultando enternecedores los que rebuznan de Halloween –a través del Iphone–, porque les entiendo. Como dice la canción de Leonard Cohen: yo también estuve un tiempo colgando del clavo del que tú cuelgas ahora. No sé, ahora se me ocurren 10, 20 o más cosas de la sociedad actual que triunfan o que están de moda o que la gente hace o que sigue o conciertos a los que va y que a mí me resultan auténticas pérdidas de tiempo, cuando no directamente unas patochadas, pero intento mantenerme al margen y no opinar sobre ellos, por no ser un quejica profesional. Intento dejar que cada cual monte su fiesta como quiera sin tener que intervenir. No necesitan mi opinión para nada, sobra, sobro. Por suerte.