Cuando Estados Unidos vota, el mundo se tienta la ropa a la espera de sus resultados, las tendencias ideológicas que adquieren preponderancia y las implicaciones multilaterales de la configuración de sus instituciones. La renovación de la Cámara de Representantes y de un tercio del Senado tienen todos esos componentes y alguno más. En primer lugar, la expectativa de una victoria aplastante de los republicanos –caracterizados por su ala más radical y populista– no se ha materializado pero en todo caso, los resultados conocidos y aquellos que están aún pendientes de determinar las mayorías en ambas cámaras, ya hablan de que persiste una división severa que mantiene polarizados a los estadounidenses. Los demócratas habrían resistido el efecto negativo de la baja popularidad de Joe Biden y los republicanos mostrado un músculo que puede convertir en un mal sueño la segunda parte del mandato presidencial. Desde una perspectiva democrática, el populismo de los discursos de la derecha confesional republicana es motivo de preocupación. Su vigencia sigue firme pese a las evidencias que acorralan a su máximo exponente, Donald Trump, y le sitúan en la periferia de la propia democracia tras sus mensajes y actitudes conocidas en torno al asalto al Capitolio de sus seguidores. Es una amenaza a la fortaleza de la democracia que el sufragio otorgue el control de sus instituciones a quienes cuestionan sus principios pese al discurso que vilipendia el mismo proceso democrático cuando su resultado no les favorece. Las barbas del vecino transatlántico no han servido para poner a remojo las garantías de estabilidad democrática en Europa, donde hacen también fortuna discursos de la misma naturaleza y la misma futilidad. Pero, en Estados Unidos, la capacidad de la Administración Biden para implementar sus políticas se verán muy limitadas con la mayoría republicana que se apunta en el Congreso. Las respuestas a los problemas de inflación, crisis económica, seguridad o los debates sociales –aborto, igualdad de género, racial o de orientación sexual– se verán muy condicionadas por esa fractura institucional que amenaza con convertir la segunda mitad de la legislatura en una precampaña constante. Y ya sabemos que la economía y la geopolítica mundial reaccionan mal a la incertidumbre.