Importa muy poco que sea Caso Miñano, De Miguel o Ni Puto Caso, y nuestro cabreo o alivio no tendrían que depender únicamente de si un partido, El Partido, se lo haya llevado o no crudo. El escándalo sería mayor, claro, si esa red chanchullera hubiera financiado a unas siglas en vez de forrar a unos particulares, pero solo cerrando los ojos cabe absolver del todo al Poder que al principio Ni Vio Ni Vigiló, y más tarde Ni Vinculó Ni Voceó. Como mínimo se puso de perfil. Digo yo que si ha pedido perdón será por algo.

El peatón piensa, y a mi juicio con razón, que el nivel de corrupción en el País Vasco es menor que en España. De ese modo hay quien se solaza en el famoso oasis y se consuela por contraste. Pero también una multitud cree que existe una sempiterna telaraña clientelar, un entramado cortijero de favores, un exclusivo ascensor social de nuevo expuesto en este caso, se llame como se llame. Pregunten en la calle y lo sabrán.

Son demasiados vecinos cuya vida escala entre cargos públicos, fundaciones, contactos, poltronas, ejecutivas, consejos de administración, liberaciones, puestos de confianza; demasiados militantes que jamás han enviado un currículum y cuya entrevista de trabajo es siempre banquete entre colegas. No es intercambio de pareceres: es de influencias. Y así un concejal de festejos ayer puede liderar hoy el departamento de urgencias y mañana dirigir la gestión de pantanos. Incluso entre los votantes se da por asumido cierto amiguismo, la hastiada aceptación de que el carné a menudo es un salvoconducto laboral. Será lícito, pero yo me lo haría mirar.