Año nuevo, problemas viejos. Nada cambia de un día para otro. Ni en lo personal, ni en lo colectivo. Al menos eso parece en este arranque de 2023 en el que los ciudadanos y ciudadanas siguen preocupados por las mismas cosas que en 2022, por aquello que es esencial en cualquier época del año, por lo que realmente nos condiciona la vida y el poder sentirnos bien. Problemas que no siempre está en nuestra mano solucionar pero que hay que exteriorizar. Preocupados por el acceso a una vivienda, por una buena atención sanitaria, por la violencia machista, por la educación, por un trabajo digno, por llegar a fin de mes con algo que echar a la cesta de la compra... Está siendo empinada esta cuesta de enero, con los precios disparados, pero hay que coger fuerzas para seguir subiendo y bajando, porque el año es largo y todo puede cambiar y hasta mejorar si se ponen los ingredientes necesarios. Y para eso, para trabajar políticamente por buscar soluciones a lo que verdaderamente importa es esencial tener tiempo por delante. Un tiempo que en política nunca es suficiente y más cuando se estrena un año electoral en el que las promesas por atraer votos pueden dejar de lado los problemas de la sociedad. Creo que ahora más que nunca se trata de poner a las personas en el centro de la acción política, no de ponerse los políticos en el centro para posicionarse de cara a la cuesta electoral que tienen por delante. Da la sensación de que subimos cuestas diferentes, cuando se trata de llegar al mismo sitio.