Ves ese daguerrotipo de bufones promoviendo la segunda moción de censura de Vox y hasta sientes compasión. Piensas que su desvarío ya no tiene arreglo. O tal vez te provocan indignación. Se aprovechan arteramente de la democracia para zaherirla. Hasta podrías reírte de semejante astracanada. Pero no debería olvidarse que son chungueros de ultraderecha. Arañan la decencia política convirtiendo sin pudor el Congreso en un vodevil. Vía libre a otro dantesco episodio que garantiza el funesto declive del arrogante intelectual Ramón Tamames. Ante uno de los mayores errores estratégicos de Abascal, más allá de recuperar esa cuota mediática que subyuga a su vanidad, Sánchez se desternilla en Kiev frotándose las manos y, en cambio, Feijóo se sube por las paredes.

Dinamita para la campaña del 28-M. El ridículo patibulario de Vox oxigenará a la izquierda y, de una manera muy especial, al líder socialista. Una inesperada ayuda reparadora contra el devastador desgaste de las excarcelaciones del solo sí es sí. Justo cuando la división en el Gobierno emerge más tabernaria por los cuatro rincones por cualquier pretexto y los candidatos locales del PSOE claman por taponar cuanto antes la sangría que imaginan, llega el show Tamames, presidente alternativo. Por ahí encuentran los dos socios coaligados el reconstituyente de tan grotesca incongruencia que avergüenza la esencia del parlamentarismo. En el fondo, se asistirá patéticamente durante dos días plagados de memes y charlotadas a otra balandronada de una legislatura desquiciante, abonada por su vacuidad a este tipo de sainetes indeseables.

Este descafeinado debate llegará dos meses antes de que la gente de bien y también los de arriba acudan a las urnas de mayo. Quedarán aparcados los ecos de las rebajas a delincuentes sexuales, el temor a los primeros escarceos de la ley trans, las dudas sobre el uso y disfrute de los fondos europeos, una mejora económica progresiva a pesar de la inflación y la incertidumbre de la guerra. En resumen, una absurda pérdida de tiempo y un gasto institucional superfluo.

Se asistirá a una confrontación desigual entre dos modelos radicalmente distintos de entender políticamente un país que lleva el resultado escrito antes de empezar. Ganará Sánchez por incomparecencia del contrario. El PP pagará sin querer los vidrios rotos de este engendro, del que quiere escapar como gato escaldado del agua fría. Sin embargo, resultará imposible sacudirse de tantas voces incansables que le asociarán sin piedad con Vox como ese aliado necesario a quien supuestamente recurrirá cuando quiera asaltar el poder. Consciente de esta sacudida de golpes bajos, Feijóo aprovechará la adversa coyuntura para seguir evangelizando a los suyos de que siempre será mejor caminar solo que mal acompañado. Otra cosa es qué hará cuando no le salgan las cuentas.

En una semana convulsionada en los corrillos de la Cámara preferentemente por las chanzas inmisericordes sobre la estereotipada interpretación melodramática de Macarena Olona, también ha habido hueco para las boutades. Puesto de honor para la pantomima de Míriam Nogueras arrinconando la bandera española en la sala de prensa para así asegurarse un minuto de gracia mediática, imposible de alcanzar con su mediana talla parlamentaria, siempre reducida al discurso independentista mitinero. Después de tantos años compareciendo en el mismo escenario, casualmente cuando su partido, Junts, está más fuera del foco que nunca en el puente aéreo, la acérrima seguidora de Puigdemont tuvo a bien reparar el mástil y así garantizarse el golpe de cámara y la indignación de la unidad patriótica por tamaña ofensa.

Mucho más ofendida está la siempre orgullosa Laura Borràs al verse ahora sola ante el peligro creciente de la cárcel y la inhabilitación después de la inesperada traición de su amigo a quien teóricamente benefició tanto que ha acabado desahuciada en el banquillo. Maldice su suerte como el exministro Fernández Díaz, cada vez más cercado tras la contundente petición fiscal que confirma las intuiciones más simplistas que corrieron de boca en boca acerca de su implicación voluntaria o por petición de otros superiores para que espiara torticeramente a Bárcenas.

Como si fuera una maldición, cada vez que se acercan unas elecciones se destapa la olla putrefacta de la corrupción. El PP no se despega del caso Kitchen y de Camps. En la acera de enfrente, el PSOE cubre sus vergüenzas por culpa del diputado canario de las casas de citas y el secuestro de ciencia ficción en Maracena. Esperpentos.