soy un jubilado de más de setenta años. Viví en Pamplona desde los doce hasta los sesenta y tres. Hoy vivo en un pequeño pueblo de Tierra Estella, en donde nací. He vuelto a mis orígenes tratando de hacerlo sin ruidos, sin problemas, con tranquilidad, en una pequeñísima aldea que ha desaparecido de algunas bases de datos oficiales.

En mi pueblo no había frontón, sino rebote: suelo, y frontis sin pared izquierda, para entendernos, igualico que el de la peli Tasio. Hasta los 10 años recuerdo un frontis sólido y un suelo bastante decente, con trozos rotos en la parte de atrás en los que se picaba la pelota. Aun así, mozos, chicos y chicas teníamos nuestros partidos en cualquier momento, sobre todo, los domingos por la tarde. Después, la llegada de las trilladoras nos fastidió el frontón porque todos los veranos colocaban en él una de esas grandes máquinas con sus ruedas de hierro, para trillar y meter directamente la paja en el pajar de la casa del entonces alcalde. El suelo quedó destrozado y me quedé (nos quedamos) sin poder jugar a pelota. Tampoco había campo de fútbol. No nos dejaban jugar en las eras porque eran privadas y podíamos destrozar todo. Tampoco podíamos andar a gusto en bicicleta porque la carretera, desde el cruce de la general hasta el pueblo, tenía el firme de tierra y piedras, y el asfalto no llegó hasta tarde. En mi pueblo los chicos no podíamos hacer ninguna clase de deporte.

Hoy, gracias a las últimas subvenciones del Gobierno de Navarra (vaya por delante mi agradecimiento) hemos conseguido echar suelo nuevo al viejo rebote. Está recién terminado, con suelo nuevo que parece un espejo cuando llueve. Ahora da gusto jugar a pelota y ganarles a mis hijos haciéndoles que rabien. A mis más de setenta años.

Pero algún pero tiene que haber. Hasta ahora los montañeros de fin de semana, los autobuses, los clientes de la casa rural, los visitantes ocasionales y algún desaprensivo que otro aparcaban en el rebote desconchado y sucio. Ahora, sin ningún pudor, quieren seguir haciendo lo mismo. Ayer mismo lo hicieron. Estaba lloviendo. El suelo, liso y limpio como el cristal, brillaba como un espejo. Estuve mirándolo casi emocionado y esperando con la pala en la mano a que escampara. En éstas, llegaron varios coches con un grupo de personas cuasi uniformadas con chándal verdinegro. Les pedí educadamente que no dejaran los coches en el frontón pero tuve que insistir, ya seriamente, para que me hicieran caso. Menos mal que, entre ellos, había alguna persona sensata que me ayudó.

Amigos de las ciudades: en los pueblos somos menos y con menores medios y, a menudo, gente que hemos venido a nuestro lugar de origen a pasar tranquilos los últimos años de nuestra vida. Malamente nos llega la señal para el teléfono y peor internet. No nos pongáis las cosas difíciles y tened un poco de respeto por nuestras pequeñas y, muchas veces, únicas diversiones físicas. Respetadnos a nosotros, a nuestro entorno y a la naturaleza en general. Ya hemos sufrido y trabajado bastante.