Entro a clase en el instituto y me dirijo a la mesa con mis amigas. Mi mirada se desvía hacia una compañera que está sola. No pasa nada, pienso. Seguro que se ha acostumbrado a estar así. No la saludaré, y mejor no me acerco, no vaya a ser que quede mal ante mis amigas. Sigo caminando y llego a la mesa, donde continúan las risas. En una asignatura nos obligan a hacer grupos. Yo me pongo con mis amigas. La chica, otra vez sola. No es capaz de acercarse a nadie y al mismo tiempo nadie le dice que se una. Sale un momento de clase, pero vuelve con los ojos rojos. Bueno, no es mi problema, pienso yo. Al día siguiente en las noticias informan sobre una joven que se ha quitado la vida esa misma madrugada. Cuando leo el nombre de la chica no me salen las palabras y es que, al final, todo podría haberse evitado con un simple: ¡Hola!