n los últimos días estamos viendo lo que por desgracia está ocurriendo en las residencias de personas mayores, cómo el COVID-19 está causando numerosos contagios y fallecimientos, lo que exige extremar la protección y la atención a estas personas que lo están sufriendo con especial virulencia.

Pero no podemos olvidar otras residencias, otros centros donde se acoge y donde viven y conviven las personas con discapacidad, que necesitan, al igual que nuestros mayores, unos cuidados especiales. Lugares en los que no podemos permitir que el virus contagie a esta población, también muy vulnerable físicamente, pero además psicológicamente.

Desde hace unos días, las personas trabajadoras de estos centros llevan haciendo llamamientos a la desesperada para que se les faciliten los medios de protección individual adecuados, y no tanto por ellas como por las personas usuarias, para evitar que se contagien desde el exterior.

Aquí no caben los ERTE, aquí las trabajadoras y trabajadores tienen que estar todos los días en primera línea de batalla, cuidando a aquellos que no tienen la posibilidad de cuidarse por sí solos, incluso cuidando a personas que no son conscientes de lo que está ocurriendo. Porque, muchas veces, las personas dependientes no se explican por qué han cambiado sus rutinas, por qué les han quitado la salida semanal a tomar un café al centro, por qué ya no hay juegos deportivos. Y a sus cuidadores, les duele mucho ver esa mirada tierna e impotente de chavales y chavalas que no entienden por qué ha cambiado de manera tan drástica su modo de vida.

Cuidadores y cuidadoras, técnicos, profesionales en general que ven cómo sus compañeros y compañeras, y muchas veces ellos mismos, van cayendo enfermos y se tienen que aislar para no contagiar el virus, cómo cada vez es más complicado cubrir las bajas y se ven moralmente obligados a ampliar sus turnos para seguir prestando un servicio imprescindible.

Creo que en este momento tan complicado hay que valorar como se merece la dedicación y el compromiso de estos profesionales, en su mayoría mujeres, que están demostrando que, cuando todo falla, ellas y ellos siguen ahí, dando a las personas que están a su cargo todo su cariño y todo su tiempo, más allá incluso de su jornada laboral.

Hay que reconocer social y económicamente a estos profesionales socio sanitarios, que son uno de los eslabones más importantes, como se ha demostrado en esta crisis, pero que muchas veces los relegamos a los últimos lugares, y hay que prestarles toda la atención y dotarlos de todos los medios necesarios para que puedan realizar su labor en condiciones seguras y dignas.

El autor es responsable de centros de atención a la discapacidad de UGT