A pesar de que el arresto domiciliario no ha ayudado nada a mantener una buena noción del tiempo, me ha sido fácil rescatar recuerdos puntuales de los momentos siguientes al decreto del estado de alarma.El principal fue el abusivo acopio de papel higiénico que la gente hizo para afrontar inquietantes necesidades venideras; por lo que, en poco tiempo, se convirtió en una acción contagiosa que sirvió para hacer de tal material el bien de consumo más solicitado en aquellos días.Cierto que no fue un fenómeno exclusivo de aquí sino que formó parte de un suceso de amplia resonancia que nos ligó al resto de medio mundo dado que, en muchos países asiáticos, tal producto no se usa para la higiene de las partes pudendas porque el agua a presión, con ayuda ineludible de la manita, el hand soap y un aireador fijado a la pared, es el elixir más eficaz y satisfactorio para esa ocupación. De ahí que, el apercibirse de la falta de papel en el baño haya sido, sin duda, la mayor sorpresa para el turista europeo que ha pernoctado en hoteles de Estambul o Ankara por primera vez; pues, en opinión de las poblaciones asiáticas, las desventajas del uso de papel son manifiestas, bien porque la calidad del mismo no es la debida o por los factibles residuos que dejan señal en slips o braguitas.En cualquier caso, al tratarse de culturas tan dispares, se impone la libre determinación. Y, si es así, ¿tendría sentido que la mitad del mundo habitado difamase a la otra mitad por no coincidir en sus costumbres sociales? Sería como olvidar hipócritamente que limpiar las cacas de nuestros hijos cuando eran bebés, también degradaba nuestra dignidad.