Creo que para los lumbierinos de edad adulta es difícil concebir una travesía a Arbayún que no sea por la canaleta, pues forma parte de nuestras costumbres como colectividad: en primavera o verano, pero siempre por la antigua ruta que discurre sobre este conducto de agua, que es como un camino vecinal construido y conservado por nuestros mayores para abrir y allanar nuevas vías de acceso al manantial de la foz. Las marchas más frecuentes tenían lugar después de la temporada de trilla. Mozos y mozas caminaban hasta Usún por el atajo de la sierra; seguían, sobre suelo de distinto nivel, con abundante flor de manzanilla y planta de tomillo, hacia el puente de San Pedro, y, tras una corta subida en zig-zag, se llegaba a una abertura de canaleta que permite saciar la sed y resistir hasta el barranco de Valdelaco, donde se suele almorzar, no sin antes haber sorteado con habilidad, por su difícil tránsito, tres tramos de diferente longitud en los que hay que pasar a gatas, con una mano apoyada sobre la parte externa de la tallada instalación: trechos de roca con el abismo del desfiladero al fondo, por cuyo través buitres lustrosamente negros planean sus inmóviles alas y se oye el eco del graznar de cuervos. Así hasta que, por sorpresa, un dulce son de agua viva de la fuente anuncia que se está delante de ella aún antes de llegar. Los primeros en hacerlo, rebosantes de alegría, acogen con gritos y aplausos a los rezagados. Luego se desciende hacia una cascada en cuyo remanso se refrescan ensaladas, frutas y bebidas. Finalmente, los que quieren, descalzos por el cauce de cantos rodados, se bañan en el pozo verde que, con su efecto balsámico, alivia el cansancio de tan larga caminata. Después, vuelven al sitio de agua mansa donde se deleitan con selectos manjares traídos de casa. Una feliz sobremesa con las nuevas canciones de siempre y el grito al unísono de “Arbayún es fuente de salud” hacen aletear a todas las aves de la foz.