La calidad humana de una sociedad se mide en situaciones extremas, en épocas de vino y rosas todos somos amigos y tolerantes. A unos la pandemia del covid-19 les ha obligado a despojarse de la careta y muestran sus instintos básicos. En cambio otros han sorprendido porque están dando lecciones de humanismo, los considerados parias de la tierra. Las imágenes de desolación y muerte que aparecen en los medios en las calles de países del tercer mundo no se pueden disimular y deberían hacernos sentir avergonzados por formar parte del género humano. Pero sobre todo la actuación de líderes de algunos países importantes está siendo patética: Bolsonaro, Trump, Johnson, Macron, Sánchez e infinidad de personajes que han logrado la popularidad gestionando esta pandemia y que han manifestado la cerrazón mental priorizando los intereses mezquinos de sus países sin tener la agudeza de pensar que si la plaga es universal intentar solucionar el problema mediante medidas locales es ignorancia criminal. Por eso la liberación de las patentes de las farmacéuticas no es sólo un acto de humanidad para salvar vidas de millones de contagiados de países del tercer mundo porque carecen de medios económicos para adquirir las vacunas, sino una condición para erradicar la pandemia que amenaza a toda la humanidad. No hay salvamentos locales o nacionales: o nos salvamos todos o todos seremos víctimas. El presidente de EEUU, Biden, ha dado una lección de sensatez y humanidad al proponer la suspensión provisional de las patentes de fabricación de vacunas en países sin recursos, y debe servir de reproche a los supremacistas que siguen pensando que las patentes de las vacunas son imprescindibles para incentivar el progreso y la sanidad del planeta. Y sobre todo para que la riqueza siga acumulándose en manos de los poderosos.