En una sociedad evolucionada que quiere convivir en el respeto y la empatía, la diversión basada en hacer sufrir y torturar a un animal hasta la muerte es una aberración cruel y anacrónica. No podemos mirar hacia otro lado frente a la realidad; el toro siente dolor y padece como cualquier otro ser que tenga sistema nervioso central; a nivel psicológico, y a nivel físico, y en una plaza de toros, con ensañamiento, termina ahogado en su propia sangre. Una violencia que también padecen los caballos. Es pues, maltrato animal legalizado. Un negocio que es mantenido económicamente con subvenciones públicas, y del que se benefician unos pocos.La sociedad no necesita dañar ni derramar la sangre de otro ser vivo para disfrutar de su tiempo de ocio y mucho menos, que tal crueldad sea denominada “cultura”. No existe justificación moral ni racional para provocarles un sufrimiento innecesario. Una actividad considerada “tradicional”, no tiene por qué ser justa ni aceptable. Hoy no podríamos considerar la esclavitud éticamente aceptable por el hecho de haber sido llevada a cabo y aprobada durante años.La realidad es que no hace falta más que echar un vistazo a las estadísticas para ver que la afluencia a las plazas de toros está disminuyendo progresivamente. La tauromaquia está abocada a la desaparición, el Bureau del Comité Intergubernamental del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco ha descartado considerar la tauromaquia entre sus expedientes en curso para 2021. Pero lo importante es que su desaparición parta de una reflexión ética sobre la relación que queremos mantener con otros seres sintientes con los que compartimos la tierra; de respeto y compasión, o de explotación y maltrato.

*La autora pertenece al Frente Antiespecista