Tirar la colilla sin apagar, inocente aunque incívico acto reflejo, acarrea graves consecuencias: mientras se consume bosquejando barrocas volutas de humo, nos consume la vida y aumenta el efecto invernadero al deteriorar la calidad del aire con gases que dificultan la oxigenación de la sangre y dañan nuestros órganos, en especial pulmón, corazón y cerebro; y eso sin tener en cuenta sus casi 70 sustancias químicas cancerígenas ni el alquitrán que bloquea los bronquios de quien lo respira. Si un nene tropieza, o nuestro perro paseando la aplasta, pueden sufrir quemaduras. Pero aunque se apague, cada colilla libera al contacto con el agua muchos tóxicos; por eso, cuando se usan el suelo o los alcorques como ceniceros, el veneno que contiene contamina con la lluvia hasta 500 litros de este vital líquido.Sabiendo que este residuo tóxico no es biodegradable y amenaza la biodiversidad, por favor, si fuma, al menos apague la colilla en un cenicero.