a está. Ya ha pasado Halloween y ahora viene el Black Friday y luego Papá Noel. No me malinterpretéis, no estoy contra la americanización de nuestra sociedad, es sólo que me hace gracia que hace unos años todo esto sólo lo veíamos en el cine y nos parecía tonto y ahora lo vemos en nuestras calles y no nos da que pensar a dónde vamos y quién marca nuestro devenir.

Parece que es buen momento para parar a reflexionar, en medio de la vorágine que ha desatado este covid-19, y que es más contagiosa y parece que mucho más dañina que el propio virus. Sí, sí, reflexionar en que la dependencia de una globalización descontrolada basada en el consumo compulsivo mayoritariamente on-line, en la deslocalización de la producción buscando la mano de obra más barata y la depreciación del transporte que hicieron pensar al capitalismo más depredador que todo era posible y se podría conseguir con más dinero o mejores postores parece que empieza a hacer aguas.

Ahora que compramos la ropa, el material escolar, la tecnología, la comida preparada y sin preparar y hasta el ocio en internet a un precio de risa y nos lo traen gratis a casa por arte de magia, ahora que hemos descartado bajar a la tienda de nuestro barrio o incluso de nuestra calle porque nos resulta más cómodo clickar en la pantalla y además nos da una especie de satisfacción y empoderamiento increíbles, ahora nadie quiere saber que eso tiene consecuencias.

Consecuencias que son poco menos que irreversibles o que van a generar fallas tremendas que se van a llevar a mucha gente por medio, también en nuestro primer mundo. ¿Lo más evidente? El comercio, ese que da vida y luz a nuestras calles, que no puede competir ni en precio ni en servicio ni en ilusión virtual con esos mastodontes todopoderosos y omnipresentes. El comercio se muere y todos seguimos mirando atentamente a nuestras pantallas de felicidad.

Pero se muere también el transporte, estrangulado por esos mismos mastodontes que no quieren pagar prácticamente nada por esas entregas imposibles en casas particulares donde encontrar a la persona que hizo la compra ayer es muy difícil hoy o mañana y que, si no se la entrego, no cobro el intento.

Lo peor de todo es que esa dependencia que se ha ido consumando y consolidando en los últimos 20 años no tiene vuelta atrás. La desindustrialización que provocó el descubrimiento de la mano de obra barata en Asia fue un camino sin retorno. La llegada del producto terminado en esos contenedores magníficos, que venían de países que no acertaríamos a poner en el mapa pero que llenaron los bolsillos de las comercializadoras y distribuidoras, generó una felicidad muy difícil de contrarrestar y unas consecuencias imposibles de compensar.

Hoy es el día que vemos que el Black Friday, un invento loco de la alegría consumista yanki, representa uno de los picos y de los salvavidas del comercio (sobre todo on-line) y que, aunque nos quisiéramos abstraer a su presencia y a su influencia, no podemos. Y lo peor es que seguiremos pensando que no es culpa nuestra y que no podemos hacer nada para cambiarlo a menos que nuestro ayuntamiento o nuestro gobierno nos regale dinero gratis para consumir en el comercio local.

Os dejo que llaman a la puerta. A ver si me traen las zapas o la pizza o es el maldito vecino que se ha vuelto a quedar sin sal (ah no, que eso ya no se hace). ¡Feliz Día de Acción de Gracias!

El autor es consumidor y trabajador de Oraintxe (comercio y empresa de transporte local)