Que aparezca a diario en la prensa el precio de la luz se ha convertido en una rutina que ya ni siquiera se toma en serio, pues no sólo afecta a la ciudadanía a la que ignoran olímpicamente las eléctricas, es que impide operar a las empresas y servicios públicos con las tarifas enloquecidas y quienes mantienen la actividad industrial y social de la comunidad, pues no pueden asumir los niveles de coste del oligopolio eléctrico. Sin embargo, se están pegando un tiro en el pie, pues por muchos argumentos justificativos no van a tener a quien venderles la energía, pues los consumidores no las podrán pagar. Parecería un silogismo de cajón, pero el inconveniente de los monopolios radica en que la soberbia atrofia las meninges y no son capaces de revisar sus criterios. Ello es debido a que los poderes públicos no saben cómo hacer frente al pánico que les produce el lobby eléctrico capaz de tumbar gobiernos. A pesar de ser elegidos democráticamente no se atreven a enfrentárseles aunque los clientes alteren el orden público en protesta ante la disyuntiva de atender el pago de la factura de la luz, pagar la renta de la vivienda o no encender la calefacción. Sin desdeñar el efecto sobre la actividad industrial, que es de la que se alimentan las eléctricas, paga salarios que son los que mantienen la actividad general como la banca, el comercio, mantiene las instituciones y paga las tarifas de la energía que se fundan en los misteriosos algoritmos. Los expertos económicos no han sabido prevenir que los criterios de mercado liberales han provocado el alza de la inflación, que resulta difícil de contener a pesar de las promesas sin fundamento de que será provisional. Claro que en la patronal eléctrica no todo es negativo: se baten récords de beneficios, reparten crecientes dividendos, y Sánchez hace trampas con los precios de la energía, pues ahora afirma que son inferiores a los previos a la escalada. Además es cínico.