Estaba el otro día a mitad de mañana tomando un café con un pincho de tortilla en la terraza de un bar frente a los edificios inteligentes en la calle Monjardín a la vez que hojeaba el diario. El día anterior Osasuna había ganado y leía la crónica. A pocos metros de mí unos chavales le daban patadas a un balón de fútbol y un anciano, en la otra mesa, les miraba frente a un café que parecía frío.

- Disculpe- me dijo el anciano levantándose y poniéndose frente a mí.- ¿Sí?- Veo que le interesa el fútbol.- Así es.- Es seguidor del Osasuna, ¿no es así?- Bueno..., sí-. Me fijé un poco mejor en él. Debía de rondar los setenta años.- ¿No me reconoce?- Perdón, pero no acierto...- Soy...- y aquí dijo el nombre de un famoso delantero de los años ochenta de Osasuna. Jugador aguerrido, con mostacho, de los de antes...- ¿En serio? - le dije yo reconociéndole y acordándome de los cromos con su rostro y de aquella vez que fui a Corella a ver un partido amistoso de Osasuna con mi padre y mi hermano mayor y en el que marcó un gol-.

Me alegro de conocerle- le dije sin saber muy bien qué decir. - Mire a esos chavales -me dijo el anciano de pie frente a mí señalando a los chavales que jugaban al fútbol-. ¿Le apetece echar unas patadas?- ¿Con usted?- Claro, los dos contra ellos.- ¿Lo dice en serio?- Mire, estoy solo por primera vez en mucho tiempo. Mi médico y mi familia me tienen prohibido los movimientos bruscos. Ahora es mi momento, tengo tan solo unos minutos hasta que vuelva mi hija, ¿me ayuda o no? Sólo me la tiene que colocar.- Está bien- le dije yo nada convencido, el anciano no parecía poder darle ni a una pelota de tenis.- Aguánteme esto- me dijo tendiéndome la chaqueta que se acababa de quitar. Se acercó a los chavales y, con un movimiento rápido, les quitó el balón. Estos, sorprendidos, se quedaron quietos unos instantes, pero al poco reaccionaron.- ¡A por el viejo!- chillaron todos lanzándose en tropel a quitarle el balón, pero la leyenda del Osasuna realizó unos prodigiosos recortes que dejó sentados a varios. En ese momento se quedó con el balón en los pies y sonrió, como si estuviera oyendo la ovación del viejo Sadar en su cabeza. Yo le asentí y me la pasó.- ¡A por el otro!

Los chavales se lanzaron a por mí, yo me los quité de encima con un recorte y coloqué la pelota lo mejor que pude con mi derecha. El balón voló unos instantes suspendido en el aire limpio de la mañana. Los chicos se quedaron mirando cómo caía lentamente, hasta que finalmente el anciano pareció revivir, rejuvenecer muchos años de golpe y, como en los viejos tiempos que yo recordaba, la enganchó con la derecha y batió al sorprendido meta, de poco más de siete años. La bola se introdujo en la improvisada portería lamiendo el palo izquierdo, en realidad una chaqueta que hacía las veces de palo.- ¡GOOOOL!- gritó el anciano levantando los brazos. Los chavales y yo nos quedamos mirando cómo el hombre trotaba por el parque infantil cercano con los brazos en alto celebrando su gol ante un enfervorecido público que tan sólo estaba en su memoria.

Finalmente, se acercó a mí con aspecto satisfecho, cogió su chaqueta de mis manos y se la puso apresuradamente.- Gracias, majo.

En ese momento se acercó una mujer a él, le dio un beso y le cogió de un brazo. Yo me quedé mirando a la pareja hasta que finalmente se perdieron por la esquina. He vuelto a ver a la vieja leyenda otras veces, pero siempre acompañado por sus hijas. El no me saluda ni yo busco su mirada.