Veintisiete son, como sabemos, las letras que componen el abecedario de la lengua española, otros idiomas tienen menos y otros muchísimas más. Al combinarlas, el hombre llegó a crear lo que conocemos por idiomas con el único fin de entendernos, pero al existir tantos y tan variados, quizás sea uno de los motivos de no ponernos de acuerdo al pretender hablar cada uno el suyo.Vemos con moderado asombro que, en lo que a números se refiere, la inmensa mayoría de nuestro planeta manejamos los mismos, y solamente con diez somos capaces de entendernos a la perfección, sobre todo desde que se implantara lo que conocemos por sistema métrico decimal, con el que las matemáticas pasaron a ser exactas, si bien Einstein a punto estuvo de dar al traste con ellas. Con solo diez números somos capaces de obtener cualquier cifra, por grande que ésta sea, si bien cuando desaparece dinero, en países como el nuestro, por ejemplo, se ha llegado a medir por agujeros, que, por cierto, cada vez son más grandes.Si con veintisiete letras hemos sido capaces de crear una lengua como la española, por ejemplo, y solo con diez números una ciencia como las matemáticas, ¿qué reflexión habríamos de hacer de la música? Veamos que es un lenguaje universal, quizás el más expresivo y sublime, único para unir a los pueblos, por lo que habríamos de considerarlo como el idioma de la paz, y nos hemos puesto a pensar cuántos signos tiene, solo siete, que considerados básicos, plasmados en una partitura, harán entenderse a la perfección a los cien componentes de una orquesta sinfónica que, venidos de los cinco continentes, no se hubieran visto antes. ¿No es maravilloso?