l automóvil llevaba a toda la familia, pero iba cargado con el combustible justo, hasta que dejó de serlo, no porque fuera injusto, sino porque ya no era. Pararon en la gasolinera; había que rellenar el depósito y después pagarlo. Volvió el susto. Su cartera menguaba, los billetes parecía que se evaporaban al abrirla. ¡Cómo crecían los precios, como para arruinarles la Semana Santa!

Recordó los pasos de esta temporada sacra, que habían vuelto, recordó las escrituras sagradas que hablaban del Nazareno injustamente condenado por su pueblo, pero en ese momento no se compadeció tanto por el bondadoso Salvador, sino que miró a su bolsillo, miró no tanto hacia el cielo sino a lo alto, hacia el Gobierno, de donde parecía emanar el infierno. ¿No decían esos ministros trabajar por el bien de la población? Como en el pretorio o el sanedrín, los mandamases de judíos y romanos antiguos, que hacían más por su interés que por el ajeno, que condenaron al inocente, a un Jesús bueno... Pero luego era mentira, trabajaban por la casta y eliminaban a quien les molestaba. ¿No habían organizado ellos las turbamultas para rechazar al Salvador, al hombre justo y bueno, a su Dios, y escoger la liberación de Barrabás, un criminal y ladrón? Escogieron lo peor, moviendo a las masas a gritar con tumulto y desesperación. Siempre han intentando quienes mandan gobernar a las masas, si podían, manejándolas en una dirección u otra según populares ordenanzas, cambiándolas según interesaba, pero vestidas de modo aceptable para quienes las acatan.

Nos engañan, lo sabemos. El presidente de Polonia, tan denostado y al que acusan de radical derecha, ha casi eliminado los impuestos del combustible y en otros necesarios alimentos, y así ha ganado el respeto de su pueblo, que le aclama. Aquí en España, un presidente que parece de radical izquierda sigue con sus consignas, destinando millones del presupuesto a cuestiones que rodean al sexo, como si lo esencial se redujera a la bragueta, mientras se derrumba todo y el campo se asfixia porque el combustible cuesta horrores; la mayor parte de su precio consiste en impuestos que, sin embargo, no se rebajan y el estado sigue llenando a costa de todos sus arcas, diciendo que por nosotros trabaja.

Y mientras visten las ministras comunistas con grandes elegancias, llenando sus cuentas monetarias con cifras bien amplias, a gran distancia de los obreros a los que decían amparar con sus campañas. Patrañas. Al pueblo, también hoy, fácilmente se le engaña. Las elecciones cantarán su decepción, si no olvidan su grito hoy.

Pero la noche acaba en día, la cruz -si hay fe- en resurrección, y la esperanza es necesaria para la acción. Recordó la procesión, los cantos, las calles de nuevo rebosando artes: oración. No olvidaría, no, el día del voto. Encendió el motor.