Mariluz A eso de las 8 de la tarde del 8 de julio de 1978, salimos mi mujer y yo, con mi hijo de 2 años en los hombros, con idea de ver la salida de las peñas de la Plaza de Toros. En la calle Amaya, a la altura del mercado del Ensanche, alguien, no recuerdo quien, nos dijo que se había organizado un follón en la plaza, que había entrado la policía a tiros y que el Casco Antiguo era un campo de batalla, que ni se nos ocurriera acercarnos. Tengo que reconocer que se oían los tiros pero que no los habíamos asociado, hasta ese momento, a nada parecido sino al fragor de la fiesta. Enseguida tomamos conciencia de la situación, en la medida en que otras personas corroboraban la noticia y regresamos a casa para evitar males mayores. Era sábado y mi mujer comentó que sus hermanas, con sus amigas, pensaban subir del pueblo como hacían todos los años el fin de semana. Eran todas chicas de 18 a 20 años y lo normal era que se metieran de lleno en la fiesta, o sea, en el Casco Viejo. Aún siento la incertidumbre, la desazón y la impotencia de una noche larga hasta que tuvimos noticias positivas de ellas. No eran tiempos de teléfonos móviles. Solo 40 años después, una de ellas, Mariluz, también en Sanfermines, nos dejó para siempre. No llegó a conocer la pandemia del covid pero otra pandemia nos la arrebató, después de hacerle sufrir como no se merecía. Ahora hace cuatro años y todavía no he conseguido digerirlo. Cuando me preguntaban por ella en la calle, me atacaban las lágrimas y mi garganta se obturaba sin remedio. Tenía 9 años cuando jugaba subiéndose en mis rodillas, la visitamos alguna vez en el instituto de Urretxu y la recuerdosubida en mis hombros para acercarnos al escenario en el concierto de Miguel Ríos del 82. Luego vinieron las lechugas que vendíamos en el puesto que tenían las hermanas en el mercado de Ermitagaña y, más tarde, las visitas que me hacía en la cocina del bar que llevamos unos años en el pueblo. ¡Diegolo cabezabolo! Era el saludo que me hacía cada vez que coincidíamos. Un poco antes de irse, ingresada para tratamiento, le envié, a través de su hermana, un mensaje: "Mari Luz, sigues siendo mi cuñada favorita, desde que te conocí con nueve años. No voy a ir a verte, pero eso ya lo sabes. Es lo que más me gustaría pero no puedo. Me hundo cada vez que alguien me para en la calle para preguntarme por ti. No lo llevo nada bien. Echo en falta tus visitas en la cocina del bar, tenemos que recuperarlas, y tu Diegolo cabezabolo. Te quiero, un beso muy grande". No me lo ha dicho, pero imagino que, con buen criterio, no se lo hizo llegar.