En medio de tanta contradicción, de tanta orden y contraorden, y tanto miedo o desafío al orden sanitario establecido, uno quisiera escribir algo sensato, algo que se sostuviera, como ocurría antes con aquella realidad delirante. Algo que sirviera para orientarse, para distinguir el sueño de la vigilia. Algo como hizo Dios, que pudo inventar la física, pero tuvo que aceptar la matemática. Pero uno es incapaz de salir de los tópicos que nos atenazan en medio de tanta verdad a medias y tanta mentira interesada. Y sobre todo, sintiendo como el miedo se está convirtiendo en un vehículo de concienciación. Un amigo me comentó el otro día que esto sí que era una involución democrática. Le dije que sí, que no era nada nuevo, pero que el miedo en sus variables más tormentosas también era libre de secuestrarnos. Entonces empezamos a hablar, o a divagar, sobre aquello que no queremos perder y que son esas zonas de confort que nos proporcionaba la antigua irrealidad: nuestros viajes, fines de semana, citas, encuentros, seguridades, planes, sueños, cosas cotidianas como quedar a comer o cenar, o ir donde nos diera la gana sin restricciones. Esas cosas que tienen que ver con nuestros privilegios acumulados e inviolables según el neoliberalismo más inconsciente. Mientras hablábamos nos sentíamos unos elegidos gestionando aquellas dudas que hoy nos relacionaban con la realidad de manera diferente, gestionando nuestras subjetividades como capitalistas de la duda frente a esos millones de personas que sostienen nuestras vidas. Porque para ellos esta pandemia es y sigue siendo un infierno sin elección. Porque más que de la pandemia, es de la desigualdad de lo que deberíamos hablar. "Epidemiocracia" es un librito de Javier Padilla y Pedro Gullón. Léanlo. No quiere ser un vademécum, pero nos pone contra las cuerdas. Porque nadie está a salvo si no estamos todos a salvo. O lo que es lo mismo, incluso la pandemia tiene que ver con la desigualdad.