El jueves un usuario de Twitter me afeó que hubiese escrito un tuit dando las gracias a una conductora de autobús que iba dando caramelos a los niños y niñas que entraban en su bus. Era la tarde de Halloween y me pareció un gesto amable, desprendido y simpático y así lo escribí. Al tuitero, en cambio, intuí que lo de Halloween no le gustaba y me lo hizo saber. Me parece perfecto, cada uno tenemos nuestros gustos y taras, a mi en concreto me da igual el día ese, pero si los niños y niñas se divierten me parece muy bien y disfruto viéndolos disfrutar, tampoco piso San Fermín hace mil años y me parece glorioso que la gente goce como perros. Que yo sepa, Halloween no sustituye ninguna tradición local, ni quita protagonismo a nada, es un a más a más, que se suele decir, pero ya digo que allá cada cual. Me lo hizo saber con 4 emoticonos como de mueca de fastidio. Imagino que los emoticonos están creados en una bajera en Tolosa, al igual que Twitter todos sabemos que se ideó en una oficina en Egüés y el programa operativo de su PC -fabricado en Japón, pegado a Vitoria- en una joven empresa con sede en Zamudio. Luego supongo que se habría ido un rato de mambo, porque los mayores podemos ir eligiendo si nos lo pasamos bien 10 o 12 veces al mes con cenas, salidas, vermuts, etc, pero a los pequeños para una noche que salen a hacer el pieza que lo hagan vestidos de caseras y caseros exclusivamente, ya que los Reyes y Santa Claus y todo eso es también mal. De caseras y caseras o con los gigantes y punto. Y anima solo al equipo de tu pueblo, chaval, no desvirtúes la pureza de la raza -la que sea, da igual-. Y pásame otro whisky, irlandés, y sujétame el Marlboro. Ya digo que allá cada cual con sus taras, pero andar afeando al prójimo qué hace o deja de hacer es cuando menos un turre, especialmente si uno mismo no se mira a lo que hace y cómo lo hace. O aunque lo haga, también.