Nos han acostumbrado a una imagen de la política muy infantil, donde los cabezas de lista suponen el 90% del asunto y sus temas personales y vidas privadas se nos venden como si fuesen parte del programa, pero la verdad es que millones de personas en todo el arco político votan pensando en ideas, espacios emocionales aunque sea imaginarios, huecos que ven sin cubrir, deseos de cómo les gustaría que fuese la sociedad. No se vota a Iglesias, Abascal, Casado o Sánchez. Ni a Rivera, que en gloria vaya a su casa. No, se puede llegar a votar en base a una persona y dejar de votar en base a ella, pero ni mucho menos solo por ella. Detrás del acuerdo de gobierno al que ayer llegaron PSOE y Unidas Podemos y al que le falta mucho para convertirse en una investidura puesto que les faltan aún apoyos, late el momento histórico en la democracia española de que por vez primera desde 1977 habría un gobierno de coalición, puesto que hasta 2019 solo han gobernado y en solitario UCD, PSOE y PP. Millones de votantes de izquierdas que jamás han votado al PSOE y que quizá lleven décadas votando a esa izquierda o similar sin ver que su voto sirva para tomar una sola decisión van -quizá, como digo- a ver representada su elección, encabezada por Pablo Iglesias, sí, pero que tiene detrás millones de historias que a saber cuándo arrancan. Ceñirlo todo a un Sánchez-Iglesias es lo fácil, pero no es la realidad, del mismo modo que Abascal es una parte de Vox pero no es todo lo que llevó a tantas personas a votar a Vox. Puede que haya por vez primera un gobierno de coalición y por vez primera -o segunda- vamos a tener extrema derecha a cara descubierta en el Congreso. No es lo ideal, pero es mejor que tenerlos tomando decisiones en partidos más amables. En nuestras manos está que jamás en la vida se apliquen sus fascistas políticas y por eso ayer fue el menos malo de los días posibles.