Entiendo a Esparza, si algo compartimos los seres humanos es la capacidad de ver en el otro lo que una vez vimos en nosotros: no sale de su asombro. A mí me pasó en los 80 y primeros 90: no daba crédito, no me podía creer tanta derrota seguida, algunas in extremis, que se dice. Era yo y sigo siendo en primer lugar de Osasuna a muerte, pero también del Barcelona, al que no obstante insultaba cuando pisaba El Sadar, pero en cuanto cogía carretera Zaragoza los amaba sin remedio. Ese Barcelona perdió la final de la Copa de Europa de basket del 84, la de fútbol del 86 en los penaltis, no ganó una Liga hasta 1991, cayó en semis de la Euroliga de Basket en el 89, perdió de nuevo la final en 1990 y en 1991. Y en 1992, las semifinales. Cuando el equipo de fútbol por fin ganó la Copa de Europa en 1992 llevaba yo tantas derrotas acumuladas en el corazón que casi no sabía qué había que hacer para festejar, porque además todas aquellas puñaladas las había recibido sabiendo que teníamos un equipazo del copón. Imagino que Esparza piensa igual y no termina de saber muy bien qué hacer ya para que algo le salga bien. Sí, les ha vuelto la Alcaldía de Pamplona y alguna cosa más, pero eso es un poco como ganar la Supercopa en agosto y el Ramón de Carranza. Dos legislaturas seguidas sin catar cacho en el Gobierno de Navarra es algo con lo que no contaban tras mayo. Y contaban o anhelaban con que Sánchez reculase y Navarra fuese moneda de cambio como mandan las tradiciones y un pacto PSOE-PP acabase con el gobierno de Chivite. Lleva arrodillándose por eso desde hace meses. Porque recuerden también lo de Hualde e Iriarte en el último minuto para el presidente del Parlamento. O lo de Campión y Echeverría también sobre la bocina en la Mancomunidad. Esas cosas escuecen, es como el tapón ilegal de Vrankovic a Montero en la final del 96, otra derrota. No sé, Esparza, ¿y si ficháis a Kukoc?