ás allá de la semigracia que nos pueda hacer oír al excomisario Villarejo decir en el Congreso que al emérito le metían inhibidores de testosterona porque iba por la vida más salido que los balcones, el tipo dijo muchas más cosas dentro de su comparecencia en la Comisión Kitchen. Una de las que dijo fue que “dos o tres sí que se perdieron por ahí por esos mundos de Dios... Con razón o sin ella, había que acabar con los terroristas. Creo que lo hicieron muy bien mis compañeros”. En la pregunta que se le había hecho se le cuestionaba si sabía algo de la desaparición de Naparra, José Miguel Etxeberria, navarro de 22 años que desapareció forzosamente el 11 de junio de 1980, hace 41 años. 41 años lleva su hermano Eneko y su familia buscando los restos del que fuera militante de los Comandos Autónomos Anticapitalistas y cuyo asesinato fue reivindicado en su día por el Batallón Vasco Español. Hace poco se ha estrenado incluso un documental de Iñaki Alforja llamado Historia de un volante en el que se explica toda la enorme peripecia que lleva viviendo la familia de Naparra desde ese lejanísimo 1980 y del que al menos Villarejo parece saber algo. La familia de Naparra ha acudido a todas las instancias locales, nacionales y europeas habidas y por haber para tratar de localizar los restos de su familiar e incluso se llegó a buscar en una zona boscosa de Las Landas tras el chivatazo de un ex miembro del Cesid a un periodista, dejando sin revisar otra zona que también había sido mencionada. Tras las palabras de Villarejo -aunque creer a esta gente sea un ejercicio de fe casi imposible-, cabe esperar que el Gobierno de Navarra a través de las figuras que considere solicite al gobierno central y a las autoridades judiciales pertinentes que se siga investigando el caso y desclasificando lo que haya que desclasificar. Toda víctima de violencia merece igual esfuerzo.