iempre he estado en contra de esa idea general que existe acerca de que las personas que hablan poco es porque son más inteligentes. En algunos casos será así, en la mayoría yo creo que es porque no tienen nada que decir o lo que tienen que decir es básicamente intrascendente o una cagada tras otra. Los que hablan mucho tampoco tienen por qué ser inteligentes. En su primera legislatura, Maya pasó por el clásico técnico callado llegado allí un poco de rebote. En esta, se ha convertido en un cuñado de manual. No suele ser problema tener uno o varios cuñados en la cuadrilla, ya que entre ellos se desactivan. Pero sí lo es cuando lo tienes como alcalde de una ciudad de 200.000 habitantes y cuando su cuñadismo le lleva a terrenos tan sensibles y complejos como las relaciones entre población, los delitos, la inmigración, la convivencia, etc. Soltar que la mayoría de los delitos que se cometen en Pamplona los cometen personas no nacidas aquí -qué horrible expresión- es no solo rotunda y estadísticamente falsísimo, sino claramente xenófobo y peligroso, en tanto en cuanto señala a todo un colectivo inmenso y valioso y variado de personas por los posibles actos que hayan podido cometer una ínfima proporción de ellos. Tanto el consejero de Políticas Migratorias como el vicepresidente como el Delegado del Gobierno, que tienen los datos, le han desmentido y afeado, sin negar ninguno de ellos que todos los problemas que existan hay que hablarlos y abordarlos, pero sin falacias y discursos de la más pura ultraderecha racista. Cuando éramos chavales se oía aquello de cuidado con andaluces y extremeños que en seguida sacan la navaja. Lo hemos oído con gitanos, árabes, negros, caucásicos, lo que sea. Trenzar políticas de integración en una sociedad cerrada hasta 1990 no es sencillo. Necesita de todos. Y necesita no evitar la realidad, pero muchísimo menos inventársela y mentir.