es reconozco que llevo con una mezcla de miedo, inquietud y congoja desde el 24 de febrero, al punto de que ya hace semanas que me autoreceté a mí mismo una dieta muy estricta relacionada con el consumo de noticias provenientes de Ucrania. Los niveles de escalada tanto armamentística como verbal por ambas partes son lo suficientemente altos como para que asistir a ellos sin pestañear sea del todo imposible: tercera guerra mundial, guerra nuclear, misiles hipersónicos... No sé. Estamos ya superando los 60 y pico días de invasión y de horror y quizá ya nos hayamos acostumbrado a parte del escenario, que ha perdido parte de esa novedad inicial que supuso, pero la gravedad del asunto sigue siendo extrema, con Occidente armando a Ucrania hasta los dientes y Rusia amenazando cada dos por tres con la peligrosidad de eso y lo cerca que estamos de pasar a un nivel de conflicto aún más grave. En estas cosas, nunca sabes si lo que se está diciendo tiene parte o todo de juego de engaño para amedrentar y cohibir o es en realidad un pensamiento instalado en los mandatarios rusos, pero si a los mandatarios occidentales esto no les asusta que sepan que aquí al menos hay un occidental que sí está asustado. ¿Solución a esto? Pues creo que no la sabemos nadie, de la misma manera que ya no sabemos qué es cierto o qué no lo es, puesto que todos somos mayores de edad y todos somos conscientes de que por ambos bandos se pueden cometer una vez en la batalla parecidas atrocidades y tratar de endosarlas al enemigo. Un tablero, en todo caso, que al menos visto desde fuera parece estar incandescente y que transmite la sensación de que cualquier paso dado en falso puede suponer una vuelta de tuerca más en el horror. Occidente lleva meses diciendo que todo lo que se hace está calibrado para no entrar en una guerra mundial. No sé. Ojalá sea así y por supuesto ojalá acabe la invasión.