rase una ciudad en la que nadie comía en casa. Todos los días salían al punto de la mañana para acudir a los comederos que había repartidos por los diferentes barrios. Los menús eran poco variados, pero no suponía un problema de salud porque la evolución había hecho que esto fuese suficiente, en general. Podías elegir entre patatas cocidas o pimientos rojos. Los últimos años, además, se había puesto muy de moda la crema de cacahuete y en algunos comederos la ofrecían junto a las patatas o a los pimientos.

Los que organizaban el asunto de las comidas preferían, indudablemente, que la gente comiera patatas, por diferentes intereses, y por ello de los doce comederos en once ofrecían menús de patatas y sólo en cinco de pimientos. Además, como también les gustaba la crema de cacahuetes, la ofrecían en siete lugares diferentes. Lo realmente complicado era poder comer sólo pimientos, sin crema, porque sólo había un comedero para toda la ciudad.

Los dirigentes estaban muy satisfechos porque la mayoría de la gente elegía patatas, como ellos querían, y, además, muchos cogían también crema de cacahuetes. Incluso los que querían pimientos los cogían también con crema de cacahuetes, les gustase mucho o poco, porque era la única opción en cuatro de sus cinco comederos.

Lo que no decían los organizadores es que la gente, evidentemente, elegía los comederos más cercanos a sus domicilios o lugares de trabajo para no tener que cruzar la ciudad en hora punta todos los días con sus niños pequeños a cuestas. Lo fundamental era sobrevivir en el día a día.

Cambiad pimientos rojos por euskera, patatas por castellano y crema de cacahuetes por inglés y entenderéis qué está pasando con las escuelas infantiles de Pamplona.