Las cifras de la pederastia en la Iglesia son aterradoras. Los abusos sexuales y las violaciones se han producido en los cinco continentes. Durante un siglo. De forma sistemática. Y bajo un perverso régimen de tolerancia y encubrimiento. La magnitud de este crimen es tan abrumadora que la gente (creyente o no) no sabe qué pensar. Yo mismo me quedo sin palabras. ¿Debería callarme? El papa dice: “Quienes acusan a la Iglesia son familiares del diablo”. ¿Quéé? Hacen una cumbre para afrontar el tema ¿y dicen eso? Entonces, los encubridores, ¿qué son? Las primeras denuncias se hicieron públicas hace más de 20 años, en EEUU. Desde entonces han ido surgiendo denuncias masivas en muchos países: México, Chile, Irlanda, Alemania, etc. El tema ha aparecido en varias películas y series recientes. Recuerdo la película chilena El club, entre otras. En 2015, Spotlight ganó el Oscar con una historia en la que se contaba la investigación de los periodistas del Boston Globe que en 2002 destaparon los abusos perpetrados en Massachussets durante décadas. En EEUU ha habido varias condenas: siete diócesis se declararon en suspensión de pagos para eludir las indemnizaciones millonarias impuestas por los jueces. El caso irlandés se hizo público a mediados de 2009, tras una larga investigación. El número de víctimas se cifró en decenas de miles. Se concluyó que los abusos se prolongaron durante décadas en un clima de flagrante impunidad. Ahora están empezando a salir los primeros casos en España. Y no van a parar. Insisto en la trascendencia del encubrimiento. La clave está ahí. El encubrimiento regular es lo que ha generado el fenómeno y ha favorecido su proliferación monstruosa. Encubrimiento sistemático. Y prolongado en el tiempo. Hasta hoy. Pero los encubridores de esto (gente, por cierto, habituada a fiscalizar la sexualidad de los demás) no cabrían ni en todas las cárceles del mundo.