o mío antes era pasear. Normalmente hacía unos diez kilómetros diarios. Ahora, como es lógico, lo echo de menos. Pero aún no estoy desesperado. Es decir, eso creo. Yo ya no estoy seguro de nada. Dicen que hay que conservar la calma y lo intento. También dicen que es bueno escribir poesía. Para resistir. De modo que me he puesto a ello. Hago poemas extraños. Mi mujer hace yoga. Por cierto, hoy es su cumpleaños, así que felicidades. Siempre me habla de los beneficios del yoga, pero no le hago mucho caso. También dijeron eso: que es bueno que no nos hagamos demasiado caso. Para no discutir, supongo. De todas formas, lo he intentado. Acercarme al yoga, quiero decir. Al menos, he visto algunos tutoriales. Y hay miles de vídeos sobre el tema, es increíble. Es un mundo. El confinamiento está generando un aumento brutal en la producción de vídeos caseros. Me refiero a vídeos de yoga, no a vídeos de otra índole. Aunque puede que también. Bueno, cada día me veo unos cuantos de esos. De los de yoga. Para ver si me animo. Hay cantidad de gente positiva y en una forma estupenda haciendo yoga o gimnasia. Yo flipo. En serio. Son geniales. Pero me temo que ya no puedo más. Tanta elasticidad y tanto cuerpo perfecto. Y tanto mensaje de aliento con música relajante. Ahora prefiero los vídeos de caídas y tortazos. Hay millones. Pones uno y van en cadena: te puedes pegar horas viéndolos. Y hay muchos de atletas y tipos valientes que intentan hacer alguna proeza arriesgada delante de los amigos y se dan unas ostias de espanto. A mí me compensan, lo siento. A mí estos vídeos me hacen mucho bien porque además de que te ríes, piensas en todas esas feas lesiones de las que te estas librando por no hacer ningún tipo de ejercicio casero y ya solo por eso te sientes mejor. También han dicho que hay que ver comedias. Nosotros estamos viendo una serie que se titula El fin del puto mundo. No está mal, es graciosa. Aunque, no sé, con ese título yo esperaba algo más.