e acuerdo de una película, ¿cómo se titulaba? La muerte en directo, de Tavernier. Me acuerdo de lo mucho que me impactó cuando la vi. Me gustaría verla ahora, otra vez. Se hizo hace cuarenta años, pero representaba un mundo desquiciado en cierto modo bastante parecido al actual. Era una especie de black mirror, de futurismo a corto plazo levemente distópico, pero creíble. Seguro que algunos la recuerdan. La protagonista era Romy Schneider, una fugitiva de la vida: fue una de sus últimas películas. Y también salía Max von Sydow haciendo el papel de un escritor (o músico) de mediana edad que se había apartado del mundo y retirado a una casa alejada, cerca de una costa desabrigada y algo inhóspita, para seguir trabajando en lo suyo hasta el final. Yo tendría como mucho 22 años cuando vi esa película y no la he vuelto a ver, pero recuerdo que ya a esa edad me identifique con la decisión y actitud vital de este personaje radical, y el motivo de que ahora me haya venido todo esto a la memoria es que acabo de leer una entrevista que le hicieron hace poco a Ramón Andrés por la reciente publicación de su último libro: Filosofía y consuelo de la música. Ramón Andrés (Pamplona, 1955), Premio Príncipe de Viana de la Cultura en 2015, estudioso, ensayista, poeta, traductor y sabio, ha hecho algo muy parecido al personaje de la película que he descrito, ha abandonado el ruido y la furia de la gran ciudad y se ha apartado a su refugio privado entre bosques, en el valle de Baztan, como el emboscado de Jünger. Me lo imagino y le felicito por ser capaz de hacerlo. Pocos lo son. El silencio es bueno, pone las cosas en su sitio, dice en la entrevista. Y es cierto, claro. Pero eso, hoy en día, no siempre se entiende bien. No todos lo soportan, me temo. Solo la persona fuertemente individualizada puede resistir el silencio y, de hecho, lo busca porque lo necesita como el aire. Desde luego, hay que ver la que hemos montado con las palabras.