ltimamente (cada vez más a menudo), me pregunto si estamos evolucionando bien. Dijeron lo del gran apagón. Luego dijeron que era improbable. Aun así, decidimos ir a comprar el hornillo. Por hacer algo, supongo. Por tener un plan. Pero cuando llegamos al centro comercial, ya estaban todos vendidos. Mejor, dijo mi mujer. Y sí: tuvimos suerte. Porque luego, toda esa pobre gente allí con esos tristes hornillos en sus cajas. Antes de montarse en el coche ya se habían arrepentido. ¿Dónde los meterán cuando lleguen a casa? No solo compran hornillos, también compran víveres y linternas, dice la dependienta con cierta ironía. Tenemos las casas abarrotadas de cosas y comida. Y muchos, también de animalitos. ¿Qué diablos pasa? Por eso creo que estamos evolucionando mal. Claro que, a lo mejor no podríamos evolucionar de otra manera. O sea, a lo peor, quiero decir. Es igual. La idea es que a lo mejor (o a lo peor, qué más da) tenía que ser así de todas formas. Ya me entiendes, ¿no? Cumbre del clima y lo que quieras. No hay remedio. Todo es ya teatro. No podemos desacelerar porque no podemos. Sin más. Mi última adquisición ha sido un irrigador dental eléctrico que también tengo que recargar casi a diario. El odontólogo me dijo que no tener uno sería una insensatez. Pues eso. Pero ya no es solo el tema del gasto de energía o de que nuestra dependencia de la electricidad sea cada vez mayor. Es algo anterior. Es sencillamente que no podemos parar. Cada día estamos más lejos del paraíso. Y creo que cada día lo echamos más de menos. Pero ¿acaso alguien cree que podría haber sido de otra manera? Otro lugar al que nos dirigimos sin frenos es la región de las vulnerabilidades mentales y la patología emocional. Pero ya abordaremos ese apasionante tema en próximos episodios. Feliz miércoles.